15 Feb

EL REPORTAJE DEL MES…

Faustino Rodríguez, Director de ALVENTUS nos relata en primera persona un recorrido espectacular y poco conocido: “EL TOUR DEL DHAULAGIRI”, una espectacular expedición en una de las zonas más recónditas del Nepal.foto faustino

UNA VUELTA AL DHAULAGIRI

De los campos de arroz del Yangdi Khola al Dhampus Peak (6.012 m)

“A mí me ha tentado durante largo tiempo el viento que mueve las nubes, llenándome de un inmenso deseo de vagabundear… He caminado a través de nieblas y nubes, respirando el aire enrarecido de las grandes altitudes y pisando hielo resbaladizo y nieve, hasta que, por fin, a través de lo que parecía un pórtico de nubes a los caminos del sol y de la luna, alcancé la cumbre, totalmente sin aliento y casi muerto de frío. Muy pronto el sol se ocultó y la luna se alzó resplandeciente en el cielo”.

dhaulagiri1

Introducción

Dhaulagiri, “la Montaña Blanca”, como se la conoce en Nepal, alcanza los 8.167 metros, la séptima montaña más alta de la Tierra. El Dhaulagiri está separado del macizo del Annapurna por la garganta del Kali Gandaki, la depresión más profunda del Planeta. Desde aquí, el macizo del Dhaula se desarrolla hacia el oeste formando uno de los parajes más salvajes y recónditos del Himalaya.

Aunque la primera  ascensión no fue hasta 1960, cuando una expedición suizo-austríaca liderada por Kurt Diemberger alcanzó su cima, ya en 1950 la famosa expedición de Maurice Herzog al Annapurna (el primer “ocho mil” en ser escalado) exploró estos remotos parajes. Así, miembros de ésta épica expedición buscaron una ruta alrededor del Dhaulagiri a través de lo que llamaron el “Hidden Valley”, el “Valle Escondido” alcanzando un mítico y legendario “Paso” que bautizaron como “Franch Pass” o “Paso de los franceses”.

El llamado “Trekking Vuelta al Dhaulagiri” es uno de los recorridos de estas características más exigentes de los que se pueden realizar en Nepal. –“Están ustedes ante un verdadero “challenge”, ante un auténtico “desafío”.-” Así nos despedía Ram Nepal, el Director de la agencia de Katmandú en la que habíamos confiado toda la logística de nuestra expedición.dhaulagiri2

Se trata también de uno de los recorridos más variados, la ruta atraviesa paisajes de contrastes uniendo toda la gama de ecosistemas del Himalaya. La ruta parte desde Beni (800 metros) siguiendo el curso del río Yangdi Khola a través de valles muy poblados, coloristas campos de arroz y cultivos tropicales…, para después de varios días adentrarse a través de profundas gargantas, selvas y junglas de montaña, bosques de coníferas y de cedros…bajo el impresionante Dhaulagiri I a más de seis mil metros por encima de nuestras cabezas. Dejando atrás los bosques de abetos el paisaje cobra toda la austeridad y ambiente salvaje de la alta montaña a lo largo del caótico glaciar de  Chombardang hasta el mismo Campo Base del Dhaulagiri (4.750 m.). Desde aquí y a través del filo de una impresionante morrena se alcanza el “French Pass” o “Paso de los franceses” (5.360 m.), donde estaremos rodeados de una de las grandes concentraciones glaciares de la Tierra: todo el macizo del Dhaulagiri; el Dhaulagiri I, el Dhaulagiri II (7.751 m.), el Dhaulagiri III (7.715 m.), el Dhaulagiri V (7.618 m.) resplandeciendo hacia el oeste, la grandes cascadas de hielo del Tukuche y del Sita Chuchura cayendo a nuestros pies… . Por el “paso” tendremos acceso al desolado “Hidden Valley” entrando en los grandiosos paisajes desolados del “Plateau del Tibet”, en las fronteras de los reinos prohibidos de Alto Mustang y Dolpo.

Desde aquí aún tendremos que superar otro alto “paso”, el llamado Dhampus Pass (5.244 m.), donde toda una sinfonía de paisajes se abre en lontananza: la descomunal cadena del Annapurna, los Nilgiri, el Tilicho, el misterioso “Mesokanto Pass”…, desde el Dhampus Pass aún subimos más alto y tras un campo de altura, varios miembros de la expedición alcanzaron los 6.012 m. del Dampus Peak. La bajada radical y vertiginosa hacia Marpha y Jomoson nos devuelve a la “civilización”.

La guía titulada “Round Dhaulagiri” (Shangri La Editions) nos presenta así el recorrido que acabo de resumir:  “A diferencia de otras rutas de trekking en Nepal, este particular recorrido a través del Dhaulagiri se trata de una ardua empresa, un desafío de altura por paisajes abruptos,  remotos y salvajes. Los esporádicos asentamientos humanos están al comienzo del trek, más allá no hay siquiera las tradicionales “tea houses”, después…, la soledad es absoluta y es el indicador de un auténtico abrazo con la naturaleza”

Allá vamos.

Hacia el noroeste

Las calles de Katmandú aún están somnolientas, los perros –dueños de las calles durante la noche – están a punto de marcharse. El aire está cargado de humedad y penetrantes olores dulzones producen a estas horas querenciosas sensaciones. A nuestro viejo “TATA”, esos autobuses reliquia que aún dan botes por las tortuosas carreteras del Nepal, no le cabe ya ni un alfiler. Material de montaña y de acampada, cocinas, comidas, equipajes y mochilas, cestos de mimbre para las cargas, combustible…, todo lo necesario para una completa autonomía durante los numerosos días de la marcha. A todo ello unimos el numeroso equipo humano: 44 porteadores, un cocinero y tres ayudantes, un sherpa de altura y un guía enlace a los que nos unimos nosotros nueve, todo un nutrido equipo que ahora comienza a dejar los arrabales del valle de Katmandú. El “Tata” se retuerce y brama cuando encara los primeros puertos que definitivamente dejan atrás el histórico valle para poco después relajarse al seguir el curso del río Trisul a través de carreteras vertiginosas. Los campos de arroz, tostados en esta época, producen bucólicos y relajantes colores, los campesinos se afanan en la recolección y las casas dispersas responden al armónico encanto de lo rural, para nada parecido al desastre en el que se ha convertido el valle de Katmandú donde la mezcla de la “modernidad globalizadora” y la miseria más absoluta han hecho una auténtica ruina de lo que hasta hace escasas décadas era considerado como el “Valle de los Dioses” o el “Valle Feliz”.

Tras Pokhara nos vamos adentrando en el corazón del Himalaya alcanzando las orillas del caudaloso Kali Gandaki, un histórico río que baja desde las alturas de Mustang y el Tibet hasta las llanuras del Ganges. La tarde va cayendo suavemente y el asfalto desaparece para dar paso a una pista donde damos botes y más botes, cerca de Beni es ya noche cerrada, en las colinas que nos rodean las pequeñas luces de caseríos aislados parecen desde aquí más bien estrellas lejanas. Nos han hecho falta casi trece horas, subsanar una avería y el reventón de una maltrecha cubierta para cubrir los poco más de doscientos kilómetros que nos separan de Katmandú..

La noche deja paso a un día radiante y caluroso. El ajetreo de los porteadores mientras organizan sus cargas nos recuerda que tenemos que empezar a caminar. Este primer día parece que cuesta “encajar” todo, salen cosas a portear por todos lados…, pero nuestro Guía parece organizar y mandar bien, esto me reconforta. Gran parte del éxito de una expedición como la nuestra es una perfecta organización de la logística. Dejamos Beni y vamos siguiendo el curso del Myangdi Khola. Como a todos los pueblos donde llega la carretera y el “progreso”, Beni ha perdido su encanto, las viejas y bonitas casas tradicionales son sustituidas por construcciones poco nobles por llamarlo de alguna manera. Las piedras son sustituidas por hormigón, las techumbres de pizarra por chapas de plástico o metal, los cables que suministran la poca energía eléctrica con que cuentan forman auténticos laberintos entre casas y calles. Afortunadamente, en la medida en que vamos dejando atrás la “civilización” aparecen de nuevo las tradicionales casas nepalíes, construcciones con tejados a dos aguas, paredes pintadas con colores naturales donde predomina el ocre y el blanco, suaves colores que producen paz interior.

Grandes árboles presiden algunas zonas del camino y las entradas y salidas de los pueblos. Algunos están plantados junto a muros para el descanso desde hace mucho tiempo, se trata normalmente de dos especies distintas de grandes higueras, una es el baniano o higuera de Bengala (Ficus Indica) y la otra la higuera de las Pagodas (Ficus religiosa), árboles sagrados tanto para hindúes como para budistas. Entre las raíces apuntaladas se han colocado flores silvestres y piedras pintadas que dan buena suerte al viajero, y alrededor de los troncos hay unas plataformas de piedra para que el caminante que busca la sombra apoye la carga mientras permanece casi erguido. Estos lugares de descanso se encuentran por todas partes a lo largo de las rutas comerciales, y algunos de ellos son tan antiguos que los grandes árboles murieron hace mucho tiempo, dejando dos agujeros redondos en una plataforma ovalada hecha de cantería. Al igual que las casas de té y las anchas pasaderas de las colinas, los muros para descansar que se esparcen por los más recónditos lugares del Himalaya comunican beatitud a este paisaje, como si hubiéramos llegado sin saberlo a un país perdido de una edad dorada.

Vamos caminando a buen paso en este comienzo de trek muy humanizado. Los cultivos en terrazas se escalonan junto al río y las casas y los árboles forman un conjunto armonioso. Atravesamos muchas aldeas donde los niños nos saludan con el clásico “Namasté” y, al poco, vemos como nuestro equipo de cocina, se sitúa en un prado y bajo la sombra de un generoso árbol para prepararnos la comida del medio día: arroz, dal, queso, té. Una cálida siestecilla nos envuelve en un sopor relajante, cuánto echaremos de menos este tibio sol tan sólo unos días más arriba.

Tras la aldea de Darbang y por un gran puente colgante atravesamos hacia la margen izquierda del Yamgdi Khola. La senda comienza a ascender después de varios días en los que hemos venido  salvando muy  poco desnivel. El valle es más cerrado y al fondo, muy a lo lejos, divisamos los primeros picos nevados. Mientras, en unas terrazas recién segadas de arroz montamos el campamento, una tarea diaria no por ello menos espectacular la del montaje de nuestra pequeña ciudad provisional: tienda cocina, comedor, nuestras tiendas…, junto a un río donde todavía apetece refrescarse. La noche va envolviendo este rincón del Himalaya y un gran manto de estrellas inunda de  brillo la oscuridad del cielo.

Así, sintiéndonos que realizamos un Nagskor van pasando nuestros días en estas zonas bajas de nuestro recorrido. Hacer un “Nagskor”, o “ir de un sitio a otro” como en el Tibet se describen a las peregrinaciones,  es sentir la tranquilidad que produce saberse superfluo, sin prisa y sin meta remunerada.

Las gargantas del Yangdi Khola

El sendero de pronto comienza un fuerte zigzag, por fin comenzamos a ganar altura, y escala una colina poblada de pinos y árboles parecidos a nuestros alcornoques. En la altura de la colina volvemos a encontrar los sabios descansaderos y paraderos. Por fin, en una de las revueltas vemos por vez primera el Dhaulagiri I, su impresionante y vertiginosa cara sur. Poco después, el paisaje es ya puramente himalayo cuando en el horizonte vislumbramos toda la cadena de los Dhaula. Al poco entramos en Darapani, preciosa aldea situada sobre unas soleadas terrazas que dominan los valles de donde venimos, ya muy abajo. Ahora se alternan los campos de arroz con los cultivos de maíz y de los balcones de las casas cuelgan mazorcas secándose al sol. Llevamos dos horas de camino y vemos a los cocineros preparando el almuerzo. Nos preocupa esta lentitud y así se lo hacemos saber a nuestro Guía. Nos preocupa que esta lentitud sea la tónica general en los próximos días y por ello establecemos una pequeña reunión para aclarar el programa. Tras un pequeño debate, Ram nos explica su plan que difiere ligeramente del que nosotros tenemos. Propone un día más para llegar al campo base del Dhaulagiri y eliminar el “día de descanso” en altura. No nos parece mal, por un lado aclimataremos mejor y por otro lado la etapa del Hidden Valley hacia el “campo de altura” será de poco más de dos horas, casi un día de descanso. En cualquier caso, esta reunión sirve como una llamada de atención para el correcto desarrollo de la expedición. Hoy es el cuarto día de trek y acampamos en las afueras de Sibang, en los alrededores de una escuela, estamos a unos dos mil metros de altura y las noches comienzan a ser frías. Tras tomar unas cervezas en un chamizo cercano regresamos al “calor” de la cómoda tienda comedor donde de nuevo nos espera una reparadora cena: tibetan momo, macarrones con verduras, sopa de tomate y…tarta de manzanas. Alucino con las comidas que nos preparan, ya quisieran muchos restaurantes españoles hacer tanto con tan poco.

Un radiante amanecer y un “colacao” calentito me devuelven a la vida. De nuevo, un día más, nuestra comitiva se pone en marcha. Al medio día hace calor y las chicharras chirrían con fuerza, estamos otra vez en “verano”; algunos poderosos árboles tropicales nos ofrecen una generosa sombra y algún pajarillo de alegre canto corta el aire templado rompiendo la monotonía de nuestro caminar. Tras unas vueltas entre boscosas laderas llegamos al último pueblo importante de nuestra travesía, se trata de Muri, una preciosa villa escondida sobre unas recónditas y soleadas terrazas. Casas con tejados de pizarra, niños que nos reciben sonrientes, niñas lavándose en una fuente, madres que peinan a sus hijas en la puerta de las casas, abuelos venerables con caras agrietadas por los años, los vientos y los fríos himaláyicos, maíz puesto a secar, una musiquilla sale del rincón de alguna casa…, y, hemos tenido suerte; el pueblo está en fiestas. En unas terrazas, unos tenderetes a modo de casetas ofrecen comidas y bebidas, los tradicionales “Dal Bat”, carne seca, buñuelos fritos, chang y cervezas traídas hasta aquí después de muchos días de marcha. Mucha gente tienen en este lugar rasgos inequívocamente tibetanos lo que me recuerda que hace cientos de años muchos pueblos del Tibet llegaron hasta estos valles atravesando los altos pasos hacia donde ahora nosotros nos dirigimos, pueblos que venían buscando un mejor clima que el que dejaban atrás en las desoladas planicies tibetanas. Poca gente pasa por aquí y nuestra comitiva llama siempre la atención, la gente nos saluda y sonríe. Junto a los tenderetes unos jóvenes juegan al “Voleiball” justo al lado de un profundo barranco y en una explanada cercana una “noria” de madera da vueltas y vueltas haciendo felices a los niños del pueblo, detrás el impresionante telón de fondo con las primeras grandes montañas permanece inmutable y nos espera. Tras Muri, el sendero ya no nos va a dar ninguna tregua. Unas oscuras gargantas nos esperan, el río Yangdi baja con fuerza y el ambiente de selva tropical  nos hace sumergirnos  en el fragor selvático.

Después del caserío de Naura Bhir el sendero que se adentra en la profunda garganta nos tiene que llevar a los altos valles en busca de los pasos entre los glaciares, desde el clima tropical al polar. Más arriba, en un lugar en el que la garganta se estrecha considerablemente encontramos un complicado obstáculo: el camino está cortado y el paso es muy arriesgado. Ram nos presenta la alternativa de seguir un minúsculo sendero que dando un considerable rodeo nos enlazará de nuevo con la trayectoria adecuada. Este sendero asciende vertiginoso por las paredes casi verticales de la garganta y en muchas ocasiones aparece “volado” sobre los abismos, se trata de un sendero “mínimo”, a veces casi se pierde y cualquier paso en falso puede suponer un desenlace fatal cayendo cientos de metros por verticales paredes hasta el lecho del rugiente Yangdi Khola que vemos abajo, muy abajo. La verticalidad es en muchas ocasiones absoluta, lo que parece que esta travesía se asemeje a un paseo por las nubes, voy asegurando mis pies en cada paso y el corazón me late con fuerza descargando mi cuerpo toda la adrenalina que le es posible. Por fin, vamos perdiendo altura, volvemos a encontrar grandes plantas tropicales y nunca he agradecido tanto el que aparezca la vegetación, un poco más abajo veo las amables terrazas de la aldea de Bhogara. Pienso en los porteadores, en sus pesadas cargas, en estos pasos delicados, vaya gente más abnegada y no puedo tener menos que remordimientos de nuestra vida cómoda y caprichosa.

Siguen pasando los días…, ahora bajamos hacia el cauce del Yangdi Khola, el cielo azul contrasta con la oscuridad del interior de la profunda garganta a la que nos volvemos a dirigir. El Yangdi Khola nace directamente de los glaciares del Dhaulagiri y desde allí, en su alocada búsqueda de las llanuras del Terai, excava estas profundísimas gargantas de colosales dimensiones. Por estas gargantas tenemos que buscar nuestro paso hacia las alturas. El caudaloso río nos envuelve en una atmósfera irreal y entramos de repente en un mundo aparte, a semejanza de la entrada a un mundo perdido. En las profundidades de esta garganta encontramos un especial microclima que propicia un maremagnun de especies vegetales: bosques de bambú, acebos, flores de pascua, helechos, pequeñas y diminutas flores, plantas de hojas gigantes, sombra y luz tamizada y mínima, impresionantes árboles tropicales tapizados de musgos, raras plantas que crecen sobre troncos centenarios sin solución de continuidad…, algunos cientos de metros más arriba las coníferas tapizan las laderas, abetos y cedros del Himalaya…, aún más arriba observo los prados alpinos, las morrenas, los glaciares y las nevadas cimas descolgando temibles séracs de colosales proporciones. Con la vista, en un espectáculo único en el Mundo, abarcamos desde la selva tropical del Himalaya donde nos encontramos hasta las cimas heladas, todo un universo mágico, una auténtica borrachera para nuestros sentidos.

El sendero es un auténtico “rompepiernas”, constantemente sube y baja buscando los “pasos lógicos” entre los valles tributarios del Yangdi Khola. Atravesamos arroyos, ríos y terrenos fangosos mientras  la vista se nos alegra con las impresionantes cascadas que se descuelgan desde centenares de metros.

Hacia el norte

Hoy hemos llegado al impresionante emplazamiento de Dobang (2.545 m.), nos encontramos, por un lado, bajo el circo glaciar del Tsaurabong, pico de 5.395 m. y por el otro bajo los contrafuertes del Dhaulagiri I. Cae la noche y la humedad se apodera de nuestros cuerpos envolviéndonos por primera vez una sensación de bastante frío. Seguimos nuestro continuo subir y bajar aunque progresivamente vamos ganando altura. El terreno es incómodo para caminar, hay que ir sorteando constantemente muchos obstáculos: raíces, piedras, agua, arroyos, fango, precarios puentes de madera… Comenzamos a atravesar los primeros bosques de abetos, se tratan de árboles gigantes, troncos de 30 o 40 metros de altura desde donde se desprenden lianas y ramas descomunales. De cuando en cuando algún claro en la oscuridad del bosque nos devuelve a la realidad y constatamos que seguimos estando en el Himalaya vislumbrando los resplandecientes y ya más cercanos glaciares del Dhaulagiri. El lugar conocido como “Sallaghari”, que significa “bosque de pinos” será nuestro último campamento en zonas de bosque. La tarde está preciosa, vemos no si complacencia y ya muy abajo, las oscuras gargantas y bosques selváticos de donde venimos. El sol nos acaricia y lo aprovechamos al máximo, mañana nos esperan los fríos parajes de la alta montaña hasta alcanzar el llamado “Campo Base italiano”.
A partir de los 3.500 m. la vegetación se hace arbustiva, el paisaje es grandioso; el Dhaulagiri I cae a pico y sus desafiantes glaciares colgantes hacen de la cara sureste un lugar inexpugnable. El espectáculo desde el filo de la morrena donde se asienta este campamento es tétrico, el valle por donde se supone tenemos que continuar es cerradísimo, de un aspecto salvaje y agreste,  defendido por un terreno sumamente accidentado, un lugar por donde apenas parece vislumbrarse algún posible paso. Nos vamos al saco con esa incógnita. ¿Cuándo vamos a encontrar un valle amable, el típico valle glaciar en forma de “U”?, ¿cómo se pueden haber formado estos valles tan cerrados, tan verticales?

La morrena terminal del glaciar de Chombardang nos enfrenta con un primer obstáculo, el glaciar y el río en su loca bajada han labrado un descomunal precipicio en la morrena. Para llegar al lecho del glaciar y del río tenemos que superar este paso. El Sherpa ha equipado el paso con una cuerda pero habrá que tener mucho cuidado ya que el terreno está  sumamente erosionado. Poco a poco van bajando los porteadores, algunos con paso cuidadoso y lento y otros ágiles como el “Bharal”, el cordero azul del Himalaya. Un porteador cae y veo su cesto dando saltos por el precipicio, la suerte ha hecho que este porteador haya soltado su carga y haya quedado milagrosamente parado entre las rocas…, ¡uf, vaya susto!. El día de ayer hablé un buen rato con el jefe de cocina, un tipo bastante agradable y con mucha experiencia. Estaba algo tocado por el “Rashi” (aguardiente local) y mascaba carne de Bharal que un lugareño estaba cocinando en un chamizo existente en el Campo Base italiano. Me ofreció carne y también  “Chang”, la espesa “cerveza” tibetana. Me comentó que el trek del Dhaulagiri es un trek duro, que nadie quiere trabajar en este recorrido y que en muchas ocasiones sucede algún accidente con los porteadores. Un mal presagio que afortunadamente no llegó a suceder. Por fin vamos bajando todos. Ahora estamos en el lecho del glaciar y la progresión se vuelve a hacer complicada, tenemos que discurrir por un senderillo mínimo a través de verticales paredes, es lo que en el mapa que traemos aparece como “Dangerous Pass”. Un terrible viento se une a esta peligrosa “fiesta” y parecemos danzar precariamente entre las verticales paredes, el viento nos lanza una fina arena a nuestros quemados rostros y se nos clavan pequeñas partículas como minúsculos dardos. Por fin damos un respiro de alivio, la garganta se abre y llegamos de nuevo al lecho del río. No se cómo será lo que viene pero lo que si tengo claro es una cosa: “saldré por delante, yo no vuelvo por el mismo camino”¡¡¡¡.   Un poco más adelante, por fin, después de tantos días, vamos por un valle “más valle”, amplio y amable, caminamos juntos, la gran columna de porteadores y nosotros  mismos, ahora podemos hablar y caminar sin tener que mirar al suelo. El viento arrecia y nos envuelve una nube de polvo glacial gélido cuando llegamos al llamado “Campamento Base japonés”. Un “lugar espartano” anoto en mi diario de viaje, apenas unos pequeños huecos entre grandes bloques de piedra. El frío y el viento se apoderan del lugar haciendo que pronto busquemos cobijo entre nuestras tiendas. Los porteadores que hasta ahora habían tenido chamizos y cabañas donde guarecerse buscaban ahora cobijo entre las tiendas de cocina y comedor. Ahora ya no pueden cocinar como lo han venido haciendo hasta el momento, ahora y hasta que abandonemos el “reino de los glaciares” tendrán que utilizar los servicios de la cocina para calentar agua, té, etc. Mientras hemos discurrido por los caminos del bosque ellos se han venido preparando sus comidas organizados en pequeños grupos. Cocinaban con leña y normalmente calentaban agua donde echaban sopa y unas especies de bolitas de pasta. En los primeros días los veía cobijarse en pequeñas y rudimentarias “casas de té” que había junto a los campamentos, humeantes covachas donde descansaban además de tomar Rashi y hablar y reír hasta bien entrada la noche. Recuerdo la imagen de los porteadores cocinando sumergidos en una profunda humareda, esta densa humareda unida a las nieblas y penumbra del bosque cercano, sus caras azotadas por fríos y vientos me traían imágenes de refugiados en tiempos de guerra, era una imagen dura pero a la vez bucólica. De todas formas, no se les veía nunca enfadados o descontentos, parecían llevar su trabajo de la forma más profesional posible, no tenían nunca una mirada dura ni un mal gesto y ayudaban  en todo lo que se les pedía, más allá incluso de su trabajo. Aún recuerdo sus amplias sonrisas cuando al final de la tarde les ofrecía u n cigarrillo.
Tras la cena nos cobijamos en nuestras tiendas, en la que compartimos Roberto y yo formamos cada tarde un pequeño “chiringuito”. En este minúsculo universo que es el cómodo interior de una tienda nos agrupamos unos cuántos amigos: Franky, Pepe, Mayolín…para echar unas risas, anécdotas, acordarnos de nuestras vidas en el llano, un sorbo de anís…, algo de música… . Sin duda, lo poco es mucho en estas soledades.

En la Montaña de Cristal

Al Dhaulagiri le llaman “la Montaña Blanca”. A  mi me gustaba llamarla “la Montaña de Cristal”, un perfecta pirámide resplandeciente, un mundo de hielos y rocas vertiginosas, de traza limpia y gélida, un lugar mágico de glaciares blancos y azules. Amanece gélido, esta noche he dado muchas “vueltas” en el interior del saco de dormir. Por cierto, el saco que compré en Katmandú (para -20º) no parece funcionar bien, no paso frío en exceso pero tampoco estoy a gusto, duermo, incluso, con la chaqueta de plumas puesta. La ruta de hoy nos adentra de lleno en el glaciar de Chombardang, a veces siguiendo senderillos desdibujados entre las morrenas y otras veces sorteando bloque de hielo. De cuando en cuando algún sérac se desprende del Dhaula y forma un espectáculo grandioso en su caída. Afortunadamente, la ruta que llevamos es segura y se encuentra alejada de las zonas de avalanchas. Poco a poco vamos ganando altura y alucinando en este  mundo de hielos. A un lado el descomunal Dhaula, con más de cuatro mil metros de rocas y glaciares verticales, por encima de nuestras cabezas. Al otro, con un perfil un poco más suave todo el complejo de hielos del Dhaulagiri Himal, todas las cimas de  los Dhaulagiri II, III, IV y V, un mundo de nieves de un blanco cegador. Pasang Sherpa nos recibe con una humeante tetera de “Masala Tea” a nuestra llegada a los 4.750 m. del “Campo Base del Dhaulagiri”, el “Masala Tea”, es un té muy especiado, con cardamomo, clavo, canela, jengibre…y dicen que es bueno para combatir el “mal de altura”. El lugar es impresionante, un caos de rocas y hielo apenas deja algunas pequeñas plataformas para instalar las tiendas y frente a nosotros la gran pirámide helada del llamado “Eiger” del Dhaula; junto a esta formidable pared y hacia la derecha la gran cascada de hielo del glaciar de Chombardang se descuelga espectacular y al fondo el “Col NE”, paso clave de las expediciones de la vía normal a la cima del Dhaula. Conforme cae la noche el frío se apodera del campamento, cenamos rápido y a estas alturas ya apetece menos. Hoy, después de tantos días de soledad hemos encontrado a otro grupo, se trata de una expedición austríaca que lleva nuestro mismo recorrido.

Esta mañana nos tenemos que enfrentar con el “French Pass”, afortunadamente no hace viento y luce un cielo azul cobalto. Los primeros picos del Dhaulagiri Himal comienzan a iluminarse con los incipientes rayos de sol  cuando iniciamos nuestra marcha. La altura se hace notar, vamos a paso lento, recuperando y estableciendo nuestra particular “relación” con la altura. Algunos componentes del grupo tienen un ligero dolor de cabeza, otros departen con la “diarrea”, en fin, son los costes que tenemos que pagar por estar aquí. Un minúsculo y a veces desdibujado sendero sigue el filo de una descomunal morrena tras abandonar el lecho del glaciar. Aparece ahora la cascada de hielo del Tukuche y unos cientos de metros más arriba la cima blanca de esta montaña que alcanza los 6.920 m. De cuando en cuando el silencio es roto por el temible rugido que produce algún desprendimiento de la cascada glaciar. Subimos y subimos, la arista de la morrena por donde avanzamos se suaviza un poco y entramos en unos altos puertos nevados. El recorrido es espectacular, la caravana de porteadores avanza delante de nosotros y  toman pequeños descansos en “islas” de piedra que emergen sobre este mundo blanco. Con satisfacción vemos a los lejos unas banderitas de oración y poco a poco todos vamos ganando el “Paso”, ¡estamos  sobre los 5.360 m. de la cima del puerto¡. Abrazos y alegría compartida con todos. ¡Cómo ha costado llegar hasta aquí!. Cuántos días de preparación, de reuniones, de esfuerzo colectivo para llevar a cabo esta “excursión”. –Bromeamos con el nuevo Presidente de nuestro Club: “¡Se te fue la mano con esta “colectiva”, Robert!”. La llamada “pirámide del Eiger”, que ayer nos parecía tal alta, está ya por debajo de nuestros pies y el Dhaulagiri, imponente como un gran coloso va quedando atrás. Da miedo verlo. Ahora recuerdo que algunos de los componentes de la expedición le llamaban cariñosamente “el Bicho”. Comienza a soplar el viento y hay que bajar, nos espera el “Hidden Valley”, el Valle Escondido.

Hacia la cima del Dhampus

Delante de nosotros se abre el misterioso “Hidden Valley” totalmente nevado, hacia allí nos dirigimos, un lugar desolado, pero no por ello menos hermoso, preludio de los grandes “platós” tibetanos. Vamos bajando por laderas suaves mientras algunos miembros de la expedición comienzan a estar “tocados” por la altura. El viento arrecia, el temible viento de estas alturas, cuando a lo lejos divisamos a los cocineros instalando las tiendas cocina y comedor, hoy, y dadas las circunstancias, convertidas en preciados refugios. Llegamos y nos guarecemos en su interior, el viento glacial fortísimo nos corta literalmente el cuerpo. Los porteadores van llegando también muy tocados y todos se van refugiando entre las tiendas comedor y cocina, parecemos un “campo de refugiados”.
Amanece con mucho frío, en el interior de la tienda el termómetro marca  -9º. En el exterior la baja temperatura unida al viento hace que la sensación térmica ronde los         30º bajo cero¡¡¡ . Afortunadamente aparece el sol, un sol que no calienta pero que nos anima. Hoy nos espera un nuevo “Paso”,  el “Dhampus Pass”, a 5.244 m. Dada la cantidad de nieve que hemos encontrado en Hidden Valley parece que estamos atravesando una gran región polar, un inmenso llano “antártico”. Al fondo el panorama lo cierra los glaciares del  Tukuche que se precipitan sobre el valle en forma de cascadas  y nuestra caravana es una diminuta fila de hormigas en busca del Paso Dhampus. El viento se ha calmado un poco y el cielo azul contrasta con el blanco manto que lo cubre todo cuando alcanzamos la cima del puerto. De nuevo la alegría acude a nuestros ya quemados rostros, ¡vaya panorama más excepcional y no por ello menos soñado¡; todo el macizo del Annapurna delante de nosotros, el Tilicho, los Nilgiri y las profundas oscuridades de la garganta de Kali Gandaki. Fotos y más fotos, bajamos un poco hacia los 4.900 m. hasta el lugar conocido como Kalopani (aguas negras) donde vamos a instalar el campamento que sirva como base para escalar el Dhampus Peak. Tarde de relax, “milkteas” y disfrutar del sol cuando el viento nos deja. Es el momento de preparar la ascensión de mañana, ajustar crampones, revisar cuerdas… . Tenemos una pequeña reunión para ver quiénes van a intentar la escalada, es el  momento de tomar decisiones y… cuánto cuesta¡¡¡. Joaquín tiene fuertes dolores de cabeza y ayer incluso sufrió un pequeño mareo, su adaptación a la altura no marcha bien y no conviene jugar con ello. Pepe tampoco anda bien con la altura. Franky lleva  muchos días con diarrea y se encuentra algo débil aunque quiere hacer un esfuerzo final, se lo va a pensar. Roberto tiene problemas musculares. Márquez, Adolfo y Nacho están animados y lo van a intentar y por lo que a mi respecta aún estando bien no me apetece hacer la cima. Me falta motivación, estoy a gusto con lo realizado y mañana quiero descansar. Me pregunto si es acertada mi decisión, si no me arrepentiré después. Me duermo convencido de que en la vida hay que tomar decisiones, buenas o no, pero decisiones al fin y al cabo. Con el cansancio y la satisfacción de mi toma de decisión hoy duermo como un saco.

La mañana vuelve a amanecer radiante, cuando desayunamos en “la terraza más hermosa del Mundo” dirigimos nuestras cabezas hacia la lejana cima del Dhampus, nuestros compañeros Adolfo, Nacho y Manu Márquez están llegando a los 6.012 metros de esta montaña. Saltamos de alegría, ¡lo han conseguido!, la cima comienza ya a ser un recuerdo.

Cuando ya va quedando poco para que este Nagskor acabe, comenzamos a ser conscientes del hermoso recorrido que estamos acabando, duro, exigente y salvaje, un recorrido en el que cada uno hemos tenido tiempo para encontrarnos con nosotros mismos en este pequeño espacio del Planeta. Nos queda bajar, bajamos con una mezcla de alegría y de nostalgia; Franky me recuerda una cita del libro de nuestro común amigo Manolo Gil, esa cita en la que comenta que “al montañero le cuesta dejar las alturas”.

FAUSTINO RODRIGUEZ QUINTANILLA

 

2 comentarios para “EL REPORTAJE DEL MES…”

  • Don Roberto de las Azores dice:

    Simplesmente fantástico!…

    Que inveja tenho de vosotros…que viagem/aventura, por esse maravilhoso «planeta» NEPAL!

    Faustino, ao ler a tua crónica, foi como se eu próprio lá estivesse na vossa companhia. Muito boa a tua narrativa. Parabéns!

    Roberto Ponte

  • MUITO OBRIGADO ROBERTO
    TE ESPERO EN LA PROXIMA, UN ABRAZO
    FAUSTINO