6 Jul

TREKKING EN COLOMBIA

EN BUSCA DE LA CIUDAD PERDIDA DE LOS TAYRONAS…Con este título puedes ver un artículo de Faustino Rodriguez (Director de ALVENTUS) que aparece este mes en la REVISTA OXIGENO. Su lectura nos lleva a uno de los lugares màs recónditos de los Andes de Colombia, un recorrido por selvas, caudalosos ríos y montañas de lujuriosa belleza… ver más…

“Colombia ha vuelto” (Guía” Colombia” de Lonely  Planet. Edición 2010)

portada articulo

Hasta fechas relativamente recientes e incluso ahora hablar de Colombia era sinónimo de hablar de violencia. En la sociedad en general e incluso en nuestros cercanos círculos de amigos viajeros exponer la idea de viajar a Colombia y aún más a sus montañas y selvas era sinónimo de ver caras de extrañeza cuando menos o de escuchar comentarios sobre nuestro grado de inconsciencia o de locura. Pero desde hace tiempo comprendí que la ignorancia nunca ha sido buena consejera de los viajeros. Por ello hace unos años comencé a recabar datos, documentación y experiencias que me llevaran a descubrir uno de los países más interesantes de Sudamérica.

Geográficamente hablando, Colombia tiene una ubicación privilegiada en el planeta. Por una parte, está situada en el trópico, la franja de la biodiversidad biológica por excelencia; por otra, está ubicada en la esquina norte del continente sudamericano, con dos extensas costas. Finalmente, los tres ramales de la cordillera de los Andes que atraviesan casi todo el territorio nacional, hacen posible que en Colombia existan todos los pisos térmicos, desde el súper cálido al nivel del mar, hasta el glacial de las cumbres nevadas, lo que propicia ecosistemas variadísimos, como arrecifes de coral, selvas tropicales, sabanas, humedales, bosques de niebla, páramos y nieves perpetuas. Tan extraordinario paisaje natural ha propiciado una no menos importante mezcla de culturas y gentes. Desde las poblaciones indígenas del Caribe a las de las selvas del Amazonas. Desde los pueblos de cultura afrocaribeña a los pequeños pueblitos o a las grandes ciudades,  de bellísima y bien conservada arquitectura colonial. En  fin, había llegado la hora, se trataba pues de partir cuanto antes.

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De un viaje que nos llevó más de un mes a través de este vasto y hermoso territorio he seleccionado para el relato de hoy uno de los recorridos de montaña más impresionantes que se pueden hacer en Sudamérica: el trekking a “Ciudad Perdida”.

El fragor de los trópicos

El bochorno y el fragor de los trópicos nos reciben a nuestra llegada al pequeño aeropuerto de Santa Marta, situado justo en la orilla del mar Caribe. Es noche cerrada y nos espera nuestro contacto en la zona.  Por fin vamos a llegar a nuestro hotel después 25 horas de viaje.

Abrir los ojos a la nueva mañana, salir de tu habitación a la luz de los trópicos, al olor a plantas dulzonas y a café recién hecho es una buena forma de empezar a entrar en ambiente. Esta mañana hemos quedado con Jairo, uno de los primeros guías de Ciudad Perdida y hoy convertido en organizador de expediciones por la zona. – “En 1997 tuve que suspender mis actividades por problemas con la guerrilla y con los paramilitares pero la situación ahora ha cambiado” – nos dice. – “La zona ahora está tranquila y mucha gente que antes se dedicaba a la extorsión ahora se dedica al turismo”. Jairo es de esa clase de tipos que hablan tan rápidos que casi no te enteras de lo que dice y hay que estar parándolo constantemente para amarrar bien los acuerdos y no dejar nada al azar. Nos explica el plan para los próximos días y todo lo necesario para el recorrido hasta el complejo arqueológico “Teyuna”, más conocido como “Ciudad Perdida”. El trek lo haremos además con una opción que desconocíamos: realizar  un recorrido en forma de “U”, esto es, regresando por un lugar diferente al de la ida. – “Ah, señores, pero este recorrido casi nadie lo hace y verdaderamente es duro y exigente, supongo que vendrán ustedes preparados, ¿cierto?

A la espera de nuestra ansiada partida empleamos nuestras próximas horas en comprar algunas cosas que nos hacen falta para la expedición y repasar todo el equipo a llevar. Jairo nos recomendó que tanto el pasaporte como el dinero fuera convenientemente envuelto en plásticos y bolsas estancas – “porque lo que es mojarse, señores, mojarse se van a mojar¡¡”. Mientras, nos sumergimos en el ambiente relajante y soporífico del Caribe y nos “mojamos” con cerveza local. Paseamos por el casco viejo de la ciudad de Santa Marta que las autoridades intentan ahora recuperar de años de abandono. Nos damos una vuelta por una playa cercana al puerto donde, como hoy es domingo, la gente se emplea en el baño y la chiquillería corretea por todos lados. Las músicas caribeñas salen a toda pastilla de los gigantescos altavoces  de los chiringuitos y hombres y mujeres bailotean con ritmos sensuales y cadenciosos. Mientras,  decenas de puestecillos ambulantes llenan el aire de sajumerios y humaredas querenciosas: asados de carne, de res y de pollo aliñados con exquisitas especias, chorizos, brochetas, pescados, tamales, guisos de frijoles, arroz y fritangas variadas…, jugos de exquisitas y dulzonas frutas: de guayaba, de guarapo, de mango, de papaya, de milo, de coco, de guanábana… poniendo todo el sabor del trópico en nuestros sentidos. Los comerciantes anuncian sus especialidades con voces armoniosas y suaves… – “tenga, cuñao –me dijo un repartidor de publicidad ofreciéndome un panfletillo anunciando ricos helados- a lo mejor le provoco para que se tome un heladito”… Santa Marta, tan Colombia.

Un mundo esmeralda. Entre los Parques Nacionales Tayrona y Sierra Nevada.

COLOMBIA2-“Adiós señores, que tengan suerte. ¡Mira que van bien limpitos…, ya, ya verán como vuelven… de tierrecita!”. Así nos despedía el sr Jairo enarbolando una amplia sonrisa maliciosa que le cogía toda la cara mientras partíamos a la expedición que durante seis días nos iba a sumergir en una de las selvas más agrestes de Colombia.

Pocas cosas resultan más misteriosas que el descubrimiento de una antigua ciudad abandonada y si ese lugar está envuelto entre brumas y nieblas casi permanentes a la vez que es necesario atravesar innumerables ríos y selvas oscuras hasta llegar, entonces, la emoción está garantizada y comprenderemos por qué  la Ciudad Perdida ha hecho honor a ese calificativo durante cuatro siglos. Conocida por su nombre indígena Teyuna y por la nomenclatura arqueológica de Buritaca 200, fue construida por los tayronas en las laderas norte de la Sierra Nevada de Santa Marta, y probablemente fue su mayor centro urbano. Actualmente constituye una de las ciudades precolombinas más grandes descubiertas en América. Hacia allí nos vamos.

A nuestro pequeño grupo, formado por Adolfo, Manolo y el que suscribe, se une a petición de Jairo una chica suiza, Katerine. Katerine viaja sola, viene desde Ecuador dando botes en autobuses de línea. –“Abandoné a mi compañera de viaje en las playas de Guayaquil, a ella sólo le gusta coger olas –en clara referencia a la afición surfista de su ex compañera-  y yo prefiero las montañas”. Por fin arrancamos, la carretera deja pronto los arrabales de Santa Marta, en donde se agolpan casuchos sin orden, para pronto adentrarse en la floresta. Se nos muestra un exultante paisaje de suaves montañas en donde crecen multitud de plantas que lo tapizan todo de verde y en donde sobresalen árboles colosos como titanes. Un cartel nos indica que estamos entrando en el Parque Nacional Tayrona. Este Parque Nacional, también declarado Reserva de la Biosfera, ocupa las zonas más bajas de la Sierra Nevada de Santa marta protegiendo una gran parte del litoral del Caribe de Colombia y zonas de baja montaña. Aquí se forman bahías y ensenadas de gran belleza, con playas de arenas blancas, cocoteros y espacios boscosos que se hunden en el mar. Atravesamos algunos pueblecillos siguiendo la carretera que discurre entre la Sierra Nevada y los suaves colinas que vienen a caer al mar Caribe para después de una hora llegar al pueblecillo llamado Buritaca. Aquí nos espera “el torito”. Con este nombre y con un dibujo alusivo a este animal el propietario ha bautizado el siguiente vehículo en donde vamos a continuar nuestra ruta, a la sazón un más que amortizado vehículo todo terreno. – ¿El torito, señor? –le pregunté al chófer. – “Sí cuñao, ya verá usted como el torito arremete con casta en las cuestas y barrizales que nos esperan a partir de ahora”. Y, efectivamente, a partir de aquí el asfalto desapareció y en pocos minutos “el torito” se retorcía y bramaba de lo lindo atravesando caudalosos ríos, pedregales, socavones de todo tipo y lodazales tremendos. Al poco la lluvia comenzó a animar el viaje y del cielo caían verdaderas cataratas, el agua que se colaba por todas las rendijas del “torito”, incluida por la precaria loneta del techo, comenzó a empaparnos y a mojar nuestros equipajes obligándonos a cubrir como podíamos los equipos fotográficos. Nuestro entretenido viaje acabó en un pequeño villorrio llamado “Machete Pelao”. Aquí, en un chamizo, tomamos un refrigerio antes de comenzar la marcha al tiempo que el guía me comentó: -“un momento, mi tío, voy a recoger a mi novia”. La “novia” del guía resultó ser una daga de más de medio metro de cuchilla. Días más tarde tuvimos que emplear a fondo a la “novia” para abrirnos camino en algunas zonas del itinerario.

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Ahora luce tímidamente y el sol pero pica con fuerza. Tengo ganas de caminar, llevo mucho tiempo soñando con este trek y necesito actividad después de tantos días de viaje. Pasamos por zonas donde se alternan los cultivos de café con plantas y árboles y en algunos lugares observamos algunas plantaciones abandonadas de coca. Comenzamos a salvar un fuerte desnivel y el sudor nos cae a chorros. La humedad ambiental es tremenda y el aire vuela denso y cargado de olores a tierra y a yerba fresca. Llueve a ratos y el camino se va embarrando por momentos a la vez que está muy degradado por el paso de las mulas, únicos animales que se utilizan para el transporte de mercancías y de las sacas de café en época de recolección y, ahora, es la época. El paisaje se va haciendo más salvaje por momentos y a la vez más duro de transitar. A lo lejos divisamos el mar –hacia el norte-, el mar Caribe. Es increíble esta cordillera, una montaña salvaje y tropical a escasos kilómetros del mar. Se trata de la montaña más alta del mundo a orillas del mar. En su interior se encuentran desde los ecosistemas marinos hasta el clima polar. Desde los cero  a los 5.775 metros del Cerro Colón. Desde los bosques y selvas nubosas a los páramos y glaciares. La gran belleza de Sierra Nevada, su riqueza natural y su diversidad cultural la convierten en un lugar único en el mundo. Sus espacios salvajes guardan en su interior además de una extraordinaria biodiversidad a comunidades indígenas muy apegadas a su territorio. Comunidades que consideran a la Sierra Nevada el “Centro del Universo”. Todo ello ha hecho que la Unesco la declarara Reserva de la Biosfera en 1979.

Vamos a buen paso y aprovechamos para tomar un “tinto”, una taza de café solo, del exquisito café de Colombia, en un garito del camino. Comienza a llover con fuerza y no exagero cuando digo “con fuerza”. Poco a poco el día va cayendo cuando cruzamos casi a tientas y a la luz de nuestros “frontales” un caudaloso río. Menos mal que al otro lado se localiza, por fin, el campamento. Aquí, en un claro abierto en la selva encontramos algunas “comodidades”; un comedor cubierto, unas duchas rudimentarias, una cocina con fuego de leña y unos “chinchorros” o hamacas cubiertas con mosquiteras para dormir. Me sorprendo en positivo pues el lugar está bastante limpio y bien organizado y estas pequeñas “comodidades” son todo un lujo en medio de la selva agreste. Nuestro guía, Misabel –“nombre bíblico señores”-nos dijo, parece buen chico. Misabel  nació y pasó su infancia en estas montañas. Hijo de colonos, su madre aún vive en una casa cercana al campamento y aprovecha para visitarla. Misabel tiene 21 años y me cuenta que conoció la Sierra en los años “revueltos”, cuando los paramilitares, los narcos y los guerrilleros de las FARC se “calentaban” por estos caminos. –“Mi tío, – me dice- muchos jefes paramilitares están ahora en los Estados Unidos”. Macario, el cocinero, nos sirve una cena abundante con arroz, pollo y verduras. Seguidamente tomamos un poco de pacharán traído de España y a nuestra tertulia se une el señor Libardo. Libardo Gómez vive en la zona, luce un amplio bigote y gasta un gran sombrero lo que le hace tener la imagen más clásica de los colonos del lugar, un tipo parecido a “Juan Valdez”, el conocido icono de la publicidad del “Café de Colombia”. Libardo se gana la vida cuidando del campamento y vendiendo algunas cervezas a las expediciones que por aquí pasan. – “ ¡Me gusta mucho este anisado bien dulcito!”, nos dijo.

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Con mis ropas bien secas, bien comido y bebido me voy al chinchorro donde caigo como un  saco. Mañana saldremos temprano, a las seis de la mañana, pues tenemos una larga jornada por delante ya que haremos dos etapas en una. Mientras, la tormenta ruge con fuerza y el agua cae generosa sobre la selva oscura y misteriosa.

“No se me rindan”

Después del tremendo aguacero de anoche amanece un día radiante y fresco. Mientras tomamos un reconstituyente “tinto” Macario me cuenta que de una de las cacerolas ha tenido que “despertar” a una “culebra” que dormitaba tranquilamente al calor de la hoguera cercana. Aquí, los paisanos a cualquier serpiente la llaman “culebra”. Para nosotros, una “culebra” es una serpiente pequeña e inofensiva. Pero aquí, una “culebra” puede enviarte al otro mundo en pocas horas.

Abandonamos el campamento y vamos entrando en un terreno cada vez más selvático y montaraz. El camino sube y baja fuertes pendientes, se retuerce en curvas imposibles y trepa por los cerros cubiertos de las más variopintas especies vegetales. Sobre salen árboles gigantes como el “Mastre”, el “Caracolí” o la descomunal “Ceiba de leche”, las “Palmas de cera”, los “Helechos arborescentes” o los bosquetes de “Tagua”, de troncos parecidos a un bambú gigante, una especie que aquí le dan el sobre nombre de “marfil vegetal” en clara alusión a su calidad y fortaleza, tratándose de especies apreciadas para la construcción de cabañas y objetos decorativos. Las hermosas “Bromelias” cuelgan de las ramas de árboles fantásticos y en medio de la inmensidad  verde alguna orquídea llama poderosamente la atención en forma de sugestivos colores. El fragor y la humedad lo invade todo y resoplamos en las cuestas bañados en sudor. Si en el Himalaya te cuesta caminar a cierta altura por la escasez de oxígeno –comento con Adolfo- aquí es el exceso del mismo el que te embriaga y ahoga, casi respiramos agua… . Algunos árboles caídos en el camino nos obligan a buscarnos la vida entre la maleza y Misabel tiene que emplearse a fondo con su “novia” para abrirnos paso entre una maraña de hojas, ramas y raíces. Pienso por unos momentos en los primeros exploradores de estas selvas, cómo podían avanzar ante tan tremenda vegetación… Absorto en mis pensamientos y en tratar de ver a donde voy poniendo los pies para seguir avanzando sigo a mis compañeros ascendiendo unas terribles pendientes que nos conducen a una especie de puerto de montaña. Avanzamos bajo una vegetación gigante como un cíclope y que apenas nos deja ver unos metros por delante nuestra cuando de algún lugar surgen unas poderosas voces: – “¡no se me rindan señores…!”. Frente a nosotros y casi sin darnos cuenta nos topamos con un campamento militar. Jóvenes militares ataviados con fusiles y ametralladoras montan guardia en un paso estratégico. La imagen, de pronto, me recuerda esas películas de guerrillas en la selva…. Afortunadamente esto ahora está en paz, no quiero ni pensar como sería una guerra en estos salvajes espacios. Los militares tan sólo saludan amablemente y nos preguntan por el “Real Madrid” y por el “Barcelona”.

 Entre piedras y brumas

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Caminar en este medio simplemente agota. El camino, casi siempre embarrado, sube y baja quebradas sin seguir un trazado lógico, sólo sigue el trazado posible. Pasamos por un poblado de indígenas Kogui a la vez que nos cruzamos con algunos de ellos en el camino. Un discreto saludo es lo máximo que nuestro Guía comparte con ellos mientras observamos sus caras serias y taciturnas. Alcanzamos un collado desde donde vemos al otro lado y muy abajo el cauce del río Buritaca y el grandioso valle que nos tiene que llevar a nuestro objetivo, la “Ciudad Perdida”. A partir de aquí comenzamos una bajada al valle para después comenzar a remontarlo. Entramos de lleno en la floresta y el camino se hace más agreste por lo que las mulas ya no nos acompañan a partir de aquí. Dejamos algún equipaje en un campamento cercano y proseguimos hasta llegar a la orilla del famoso Buritaca. El río baja con fuerza y mucho caudal y prestamos la máxima atención en su vadeo mientras el agua nos alcanza hasta la misma cintura. Seguimos ahora por la margen izquierda del río y el camino aún se hace más estrecho si cabe. Vamos saltando entre rocas, raíces, lianas, hojas gigantes, piedras tapizadas de hojas y yerbas…, sorteando arroyos y delicadas cascadas que vierten directamente sobre nuestra ruta.   Aprovechamos para descansar mientras Macario nos prepara unas exquisitas rodajas de piña. Nos queda volver a cruzar el Buritaca para llegar a las inmediaciones del camino empedrado a Ciudad Perdida. Volvemos a cruzar y al poco, de la selva, de la tupida selva negra y oscura surge misteriosa una gran escalinata de gigantes piedras talladas y bien alineadas, el corazón me late con fuerza y no puedo dejar de emocionarme, estamos en el inicio del histórico camino a la “Ciudad Perdida”. Estos escalones finamente trabajados y tallados por manos indígenas hace cientos de años nos van a llevar al corazón del recinto monumental. En la medida en que ascendemos el paisaje se van engrandeciendo y haciéndose más misterioso, los grandes escalones sabiamente superpuestos van superando una extraordinaria pendiente en algunos tramos casi vertical. Vamos llegando a las primeras construcciones en forma de terrazas circulares en donde, se supone, instalaban las casas. El lugar, sobre todo es grandioso e imponente, estamos a 1.700 metros de altura, rodeado de las selvas más tupidas que podamos conocer y por encima de las selvas, más selvas, nubes y montañas que llegan a casi seis mil metros de altura. ¡Vaya lugar!. Después de tantas horas para llegar hasta aquí, por complicados e inverosímiles caminos, vadeando ríos y cientos de arroyos…, uno se pregunta cómo pudo florecer aquí una gran civilización. Ciudad Perdida, llamada Teyuna en la lengua local, fue la ciudad sagrada de los Tayronas. Una vasta red de caminos empedrados, muchos engullidos por la selva, enlaza las diferentes zonas de la ciudad. El lugar comprende un  complejo sistema de construcciones, escaleras y muros intercomunicados por una serie de terrazas y plataformas sobre las cuales se construyeron los centros ceremoniales, casas y lugares de almacenamiento de víveres. El recinto fue descubierto, en una fecha reciente, 1976, por un equipo de arqueólogos del Instituto Colombiano de Antropología.

Se estima que comenzó a habitarse alrededor del 660 D.C. y abandonado en algún momento entre los años 1550 y 1600 D.C. En sus alrededores fueron detectados otros 26 poblados pero aún queda mucho terreno por explorar y buscar entre la frondosa vegetación que los tapiza. Pero sobre todo es ese halo de misterio que envuelve la zona el que realza el recinto, acrecentado por las brumas y por el sobrecogedor murmullo de la selva.

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Ya subimos casi sin darnos cuenta, extasiados por lo que vemos. Llegamos a la parte más alta en donde descubrimos varias grandes terrazas escalonadas y separadas por grandes muros de piedra con excelentes vistas sobre valles y montañas. El aire vuela templado y cargado de olores y humedad y con la velocidad del rayo grandes nubes negras descargan el agua en forma de cascadas. Buscamos refugio en el puesto de vigilancia de la ciudad. Misabel es amigo del guarda y nos invita a quedarnos esta noche aquí. Ahora, al contrario de lo que sucedía hasta hace poco, ya no se puede acampar ni dormir en el recinto. Arqueólogos e indígenas se han opuesto a que las expediciones acampen en un lugar histórico y sagrado y hacen bien, pienso. Nosotros tenemos suerte y tras la invitación del guarda nos disponemos a acomodarnos plácidamente en su cabaña de madera. Por otro lado, no me haría ninguna gracia bajar con esta tormenta hasta el siguiente campamento. Una buena cena de tomate con arroz regada con un vinillo de nuestra tierra pone fin a una jornada excepcional y agotadora.

Hacia Alto de Mira.

Dejamos Ciudad Perdida para bajar y bajar en dirección de nuevo al Buritaca. Pasamos por el llamado “campamento Teyuna” y tras un descanso proseguimos. Al poco dejamos el camino “Rial”, como llama Misabel al sendero que hemos tenido hasta ahora. Esto es un camino “Real” histórico y vía de comunicación para los indígenas y viajeros…. Pero si el camino “Real” estaba en las condiciones que hemos descrito cómo va a ser el sendero de la variante que vamos a emprender para nuestro regreso. Pronto lo vamos a comprobar.

El camino se convierte en una traza minúscula y comienza atravesando un pequeño valle. Tras un rato de llaneo y de pequeñas subidas nos alzamos sobre una fuerte rampa, grandes árboles han caído sobre la zona y el sendero está básicamente perdido por lo que tenemos que abrirnos paso a golpe de machete. Después de más de una hora de subida resoplando sobre un terreno que parece “chicle” llegamos a un alto. Hacemos una pausa para tomar algo pero oleadas de mosquitos se baten sobre nuestras caras por lo que es mejor seguir caminando. Ahora comenzamos una gran bajada por un auténtico lodazal en pendiente, si a esto le unimos el aviso de Misabel diciendo “cuidado con las culebras, abundan en esta zona”, pues entonces el ambiente se pone “fino”.Yo ya veo “culebras” por todos lados. Mirar al suelo es encontrar “culebras” en forma de raíces torcidas, troncos rotos, piedras recubiertas de lodo que parecen cabezas acechantes…,  pero al poco “paso” de ellas. Si no lo haces así, simplemente te bloqueas y no puedes venir a bloquearte a este lugar. Hoy, además, el sol pega recio y el bochorno es descomunal lo que hace que en estas circunstancias sea muy penoso caminar y si a esto le unes que  cada paso que damos  se convierte en un acto de funambulismo entre piedras, lodos,  troncos, hojas que tapan socavones, pues, entonces, la “fiesta” está garantizada. Caminar aquí media hora equivale a hora y media en cualquier otra montaña. Seguimos bajando y bajando para encontrar el cauce revoltoso del río Julepia. El excelente Macario, cocinero pero también Guía, sin serlo de forma oficial, quería que llegáramos aquí antes de que comenzara a llover. –Mire, señor Faustino, me dice, una vez lo pasé aquí muy mal con el río crecido. El cauce y orillas del río es el único lugar abierto entre tanta espesura selvática, corre una ligera brisa fresca y además no hay mosquitos por lo que se convierte en un pequeño paraíso en donde buscamos refugio para descansar, bañarnos plácidamente y tomar algo. La vista, además descansa de la apretura que significa el bosque cerrado y casi “opresor”. Un bocata de mortadela, queso y lechuga junto con una excelente rodaja de piña nos eleva el ánimo y nos entregamos a un plácido descanso casi siesta. Después, de nuevo una subida fuerte pero, ya sabemos que tras poco más de una llegaremos al “paraíso”, al campamento “Alto de Mira”.

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Eso me pareció cuando llegué, un paraíso, un lugar hermosísimo, un trozo de terreno sobre la cima de una gran colina donde han ganado unos palmos a la selva y en donde se asientan varias cabañas, una de ellas lo suficientemente amplia como para albergar una cocina y un comedor. Bonitas flores adornan los caminos empedrados, luce el sol y las terrazas de fina hierba son una invitación al descanso y a la contemplación sobre un paisaje excepcional. Tomamos un buen café y nos damos una rudimentaria pero confortable ducha propiciada por un curioso artilugio que recoge el agua de lluvia. Toda una maravilla inesperada. El sol va cayendo y nos refugiamos en el interior de la cabaña para poner en orden nuestros diarios pero pronto llegan oleadas de mosquitos para hacernos sentir que los paraísos en este mundo de selvas son casi siempre efímeros. Salta el rayo y ruge el trueno mientras cae el agua a cubazos sobre el campamento. Un rato de tertulia e intento congeniar con la familia que regenta el establecimiento, se trata de indígenas Arsarios. Julio, un joven de apenas veintipocos años, de mirar serio –como todos los que hemos encontrado-, su mujer Antonina, que no habló en toda la noche (quizás no sabía español) y su niñita de 7 meses. Con ellos estaba su “cuñado”, el hermano de su mujer, el pequeño  Mariano, un guapo indiecito de unos ochos al que logré sacar una sonrisa después de jugar un rato con él. Abrimos unos sobres de jamón y lomo que traemos de España y Julio, Antonina y Marianito no le hacen ningún asco. Tampoco nuestro Guía y cocinero y ni siquiera la “semivegetariana” Katerine. Después, cenamos una bandeja de lentejas, arroz y carne de res que han venido “paseando” desde que comenzamos el trekking hace ya más de tres días. Al poco caigo rendido y voy a dormir. Tengo una gran cantidad de mosquitos en el interior de mi mosquitera, no sé cómo lo hacen para entrar y es casi una tarea inútil intentar echarlos por lo que me tapo con la manta e intento dormir. Lo consigo.

Dejamos Alto de Mira. El día amaneció espléndido después del diluvio de anoche. Es la tónica hasta ahora, amanece despejado y a media tarde llega el agua a cubos. Frente a nosotros y en la distancia vemos una amplia cordillera y picos por encima de los cuatro mil metros, se trata del día en el que hemos visto un panorama más amplio. El sendero de hoy comienza muy amable y caminamos un buen rato en ligero ascenso y a media ladera. El bosque sigue magnífico y tupido. Llegamos al lugar conocido como “la Punta”. Desde aquí nos esperan tres horas de descenso brutal hacia el lecho del río “Guachaca”. El camino es minúsculo y encontramos muchos troncos caídos, – presten atención a las culebras – nos dice de nuevo Macario. Y, yo pienso, ¿y en que forma?, nuestra atención está centrada simplemente en poder dar pasos para seguir caminando. Katerine, siempre sonriente, va ahora más lenta y con cara de preocupación, le duele mucho la rodilla y baja muy despacio. Paramos para descansar y le ponemos un vendaje. Continuamos y parece que mejora. Por fin, llegamos al lecho del río que volvemos a atravesar. Comemos algo en el “oasis” de tranquilidad que nos propicia el río. Afortunadamente nos queda tan sólo una hora hasta el campamento de hoy, en el lugar conocido como “Filo Cartagena”. Llegamos, de nuevo otro sitio muy agradable, básico pero limpio y acogedor. Cualquier cosa aquí es todo un lujo. Estos campamentos pertenecen a una asociación llamada Prosierra, una organización que trabaja para la protección de la naturaleza en la zona. Al frente de la instalación se encuentran el señor Iván y la señora Flor, dos colonos procedentes de Barranquilla que llevan más de 20 años de “retiro” en este mundo perdido. Algunos pavos y pollos revolotean por el bonito jardín que nos rodea y algunos pican el grano entre curiosas plantas exóticas dignas del más bello de los jardines botánicos sin saber que a uno le va a cambiar su suerte. Adolfo propone que compremos un pollo y yo me ofrezco a cocinarlo con arroz. Dicho y hecho. Fuera de la confortable cabaña vuelve a caer generosa el agua mientras Misabel nos cuenta historias de la guerrilla de las Farc y de los paramilitares, cuando hace unos años campaban por estos territorios. Mientras, Macario “ataca” amorosamente a Katerine, no para de cortejarla y está dispuesto a “quemar todas sus naves” para conseguirlo. Las naves se quemaron y él se fue a dormir sólo.

Aquí huele a serpiente

No ha parado de llover en toda la noche y amanece lloviendo. Me tomo dos buenos cafés “tintos” mientras me pienso en ponerme de nuevo la ropa mojada para comenzar la etapa de hoy. Tan sólo guardamos ropa seca para dormir, el resto de la ropa ya la tenemos mojada y es imposible secarla. Da pereza salir a caminar y mojarte en el bosque lluvioso. Katerine ya se encuentra muy tocada pero apenas emite un gemido de cansancio. Es una tía dura y máxime para una persona que aún gustándole la montaña no la practica con frecuencia. Katerine forma parte de un partido político suizo llamado “Verde Liberal”. Está muy ilusionada con el proyecto y se presentará a las próximas elecciones donde, me dice, esperan sacar algunos diputados. – ¿Katerine, qué es eso de “verde liberal”?, -le pregunto. Y, después de una prolija explicación me dice, Faustino, te resumo, se trata de “menos Estado, más verde”. Por mi parte, me parece una interesante iniciativa en el pesado y viejo panorama político europeo. En fin, ya veremos.

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Tenemos una dura jornada por delante acrecentada por la lluvia que cae constante. Las nieblas se apoderan del bosque y avanzamos entre hojas de plantas con más de un metro de diámetro. Estas plantas y hojas nos acarician todo el cuerpo y nos duchan permanentemente. De vez en cuando alguna flor roja pone una nota de color en el paisaje y llama poderosamente la atención. Voy junto a Macario cuando cruzamos un pequeño arroyo. Macario, de pronto se para y me dice, -¡mi tío, cuñao!, aquí huele a serpiente. – Y, como lo notas, le pregunto. –Señor, huelo a orines de serpiente, a mero orín de serpiente, cuñao, de seguro que hay alguna y grande por aquí. Nuestra marcha continua sin ver a la serpiente de lo cual me alegro. Llueve torrencialmente y los caminos están casi impracticables. Atravesamos el caudaloso Guachaca y nos enfrentamos a una temible cuesta de setecientos metros de desnivel y tres horas de potente subida. De pronto, la monotonía de nuestro caminar se ve rota por un encuentro. En este ambiente fantasmal de lluvia, nieblas y oscuridad parece que nos adentramos por un túnel del tiempo cuando encontramos a una familia de indios Arsarios. Caminan descalzos, con sus ropas blancas y sus cuidadas y largas cabelleras, llevan colgadas artesanales mochilas de yute y una cohorte de perrillos les siguen. Un hombre que aparenta unos veintintantos años y su mujer caminan silenciosos. La mujer lleva a cuestas a un bebé sin ropa al que le cae el aguacero como a todos y tras ella un niñito de apenas seis años. El mayor apenas balbucea un mínimo saludo y prosiguen su caminar. Le pregunto  a Macario que a donde se dirigen. –Señor, me dice, van a su finca a cultivar o a recolectar. Los Arsarios se llevan toda su vida de finca en finca, en una fijan su residencia unos meses para recolectar y en otra hacen lo contrario. Toda la familia se traslada de un sitio a otro regularmente y con ella, sus pocas pertenencias y animales domésticos.  Resulta sorprendente encontrar estas formas de vida a relativamente escasos kilómetros del mundo desarrollado. Son, sin duda, seres del bosque. Hoy, afortunadamente, parece que tienen sus derechos y asociaciones de defensa. Pero, pienso, lo difícil que es, preservar estas formas de vida en un mundo como en el que vivimos.

Llegamos al “alto” y algunos cultivos y plataneras nos anuncian que estamos llegando a zonas habitadas. Al poco, llegamos al pequeño caserío de “La Tagua”, unas pocas casas desparramadas sobre la ladera junto a una finca cafetera. Hasta aquí llega una tortuosa pista de tierra apta para 4×4, nuestro recorrido a pie está a punto de finalizar. ¿Tienen un café?, le pregunto a la señora de la única tienda del lugar. Pues no tengo, señor, pero ahora mismo les preparo unos tintos. En unos pocos minutos la señora salió con unas humantes tazas de café. Me tomé tres tazas intentando calentar el cuerpo después de la tremenda mojada. Al poco un viejo GMC, reptaba por lo tortuosa pista para trasladarnos a la anegada Santa Marta,   pero esto es ya otra historia. 

FICHA TECNICA

COMO LLEGAR. Iberia y Avianca vuelan desde Madrid a Bogotá. Desde Bogotá hay varios vuelos diarios a Santa Marta.

CUANDO IR. Clima tropical. La lluvia casi siempre está garantizada si bien los meses entre diciembre y abril son los que registran menos precipitaciones. De todas formas y, como el lector habrá observado en el artículo, raro es el día en el que al menos unas horas no contemos con la presencia del sol.

EL TREKKING Lo normal es planificar un recorrido de seis días, es lo que ofrecen las agencias en la zona, y realizar el recorrido de ida y vuelta por el mismo sendero. El alojamiento se realiza en campamentos habilitados. Nosotros realizamos la variante de salida por la Tagua, pero se trata sin duda, de un recorrido muy exigente y para gente con un alto nivel de entrenamiento en montaña. No es recomendable realizar el trekking por libre. Se puede contratar el servicio con alguna de las agencias que organizan expediciones tanto en Sierra Nevada como en el Parque Tayrona. Estas agencias se localizan en Santa Marta.

EQUIPO. Aunque los primeros dos días contaremos con el apoyo de mulas para el porteo del equipo, después, en el caso de que realicemos el recorrido circular no podremos contar con ellas pues estos animales no pueden acceder por esos senderos. Lo mejor es llevar un equipo liviano en donde no debe faltar: forro polar, chaqueta de gore o similar, chubasquero amplio o capa de lluvia (aunque esta última resulta a veces muy incómoda para caminar). Pantalones cortos y de trekking, camisetas y camisas de manga larga sobre todo para poner en la tarde con el fin de protegernos de los mosquitos. Sandalias de goma para vadear los numerosos ríos, unas buenas botas de trekking. Encontramos alguna gente con botas de agua pero lo desaconsejamos totalmente dado el piso tan complicado por donde vamos a caminar. Bolsas estancas para guardar siempre alguna ropa que esté seca. Bastones regulables (imprescindibles). Un botiquín bien equipado. Ganas de mojarse y de enfrentarse a numerosos obstáculos.

 

EXPEDICIONES ORGANIZADAS.

Para el próximo verano de 2011 ALVENTUS  VIAJES tiene programada una Expedición a Colombia. Además de incluir el recorrido a Ciudad Perdida, el viaje nos llevará también al Parque Los Nevados, en la cordillera central de los Andes y al final, disfrutar de las playas salvajes del Caribe, en el Parque Nacional Tayrona. Puedes saber más en ALVENTUS VIAJES 95 421 00 62  www.alventus.com

 

6 comentarios para “TREKKING EN COLOMBIA”

  • Juan Manuel dice:

    Faustino encantado de verte. Magnifica aventura por sitio muy poco habitual. Por cierto me gusta la camiseta que llevas.

    Saludos

    Juan Manuel Palero

  • INES HERNANDEZ dice:

    He leido el artículo encantada, esta muy bien redactado y casi viajaba con vosotros. Enhorabuena.

  • César dice:

    Magnífico artículo, Faustino: transmite el pulso del viaje y te hace partícipe de la aventura; que no pare!!.Igual es una buena idea para un próximo viaje!.

  • faustino dice:

    gracias por vuestros comentarios..
    JuanMa, recuerdos y… por supuesto, la camiseta que llevo es de vuestra aventura en el Mongol Rally

  • Daniel dice:

    Que agradable reportaje acerca de las maravillas que guarda Colombia
    muy reconfortante saber que alguien se interesa por las cosas buenas de mi pais
    ya que amargamente la television y los medios siempre se refieren a el conflicto y la violencia
    pero colombia tiene muchisimo mas y con personas como usted poco a poco
    se podra demostrar
    Faustino muchas gracias por ese reportaje
    yo soy colombiano y resido en cantabria hace once años
    muchas gracias

  • faustino dice:

    Gracias por tus comentarios Daniel.
    Colombia, por supuesto, va a ser el gran destino de ecoturismo en el futuro, saludos
    faustino