Archivo de julio de 2014

25 Jul

AMAZONAS AGUAS ARRIBA

De Leticia a Iquitos en el «Golfinho»

“Avísote, Rey y Señor, no proveas ni consientas que se haga alguna armada para este río tan mal afortunado, porque en fe de cristiano te juro, Rey y Señor, que si vinieren cien mil hombres, ninguno escape, porque no hay en el río otra cosa que desesperar”.
Lope de Aguirre, Carta a Felipe II, 1561

Amazonas aguas arriba

Es madrugada, el “Golfinho”-así se llama nuestro barco- navega aguas arriba del Amazonas. Todos está oscuro y siniestro, el río como siempre, voluptuoso e impredecible, se desliza como una culebra gigante sobre la selva densa y musculosa .Llueve torrencialmente un agua templada. El capitán alumbra con la linterna, no sé cómo puede ver o sí acaso ve algo, imagino que conocerá al río de memoria, pues aquí no hay balizas ni GPS. De cuando en cuando escucho cómo grandes troncos y ramas a la deriva golpean el casco de nuestro barco. Se me ocurre que en cualquier momento este cascarón se va a partir en dos o tres pedazos.

En el medio de la noche oscura el Golfinho se detiene, el piloto “juega” con las marchas del motor, parece que anda “desatascando” las hélices del follaje atrapado. Pasan las horas y por fin amanece, con las primeras luces me entra un suave relax y duermo feliz arrullado por el soniquete del agua. Nos pasan un desayuno: un bocadillo de una cosa parecida a la mortadela y un café con leche.

Amazonas aguas arriba

Selva y más selva. Nos detenemos en un puertecillo llamado “Caballo Cocha”; ajetreo de “peque peques” (pequeñas lanchas). Veo un barco grande de pasajeros que hace la ruta de Iquitos a Manaos, más de tres mil kilómetros de río. Se trata de una mugrienta nave llamada “El Gran Diego”. Pasamos un control militar y de aduana. Nos encontramos en un punto caliente de tráfico de cocaína y de muchas cosas más. El militar, un joven bajito pero con cara de mala leche, le pregunta a mi compañero de asiento, un joven colombiano que viaja hacia Iquitos; – ¿cuál es su profesión?, -soy comerciante señor. –A ver, enséñeme la mochila. El militar la registra, saca algunas pertenencias y una cuerda de varios metros. -¿Esto para qué es?, le espeta con voz alta. –Una cuerdita no más, señor. –Sí, ya veo que es una cuerda pero le he preguntado que para qué. – Nooo, buenooo , balbucea con voz quebrada mi compañero, – para poder hacer unas medidas y por si hace falta para algo, señor. – Désela al capitán y al final de la travesía que se la devuelva. El barco sigue. Tenemos un “polizón” a bordo. Un pobre abuelete se ha colado sin billete. El capitán mira en la lista y no aparece. Al poco retrocedemos al puerto y lo bajan sin contemplaciones.

Selva, agua, más selva, algunas chozas aisladas. Nos dan el almuerzo. Una fiambrera con arroz. Frijoles y un pescado rebozado junto con un vaso de “Inka Cola”. Voy a mear, el espacio es mínimo y me vuelvo a sentar.

Amazonas agua arriba

La tarde va cayendo cuando avistamos las primeras casas de Iquitos, han sido casi trece horas si apenas moverme, en donde hemos cubierto 500 kms. sobre el río más caudaloso de la Tierra. Es la mejor forma para hacer este viaje, sentir que formas parte del barco, casi una máquina más, sentir que formas parte del río, dejarte llevar, sumergirte en el sopor del trópico, en caso contrario te vuelves loco.

El puerto es un bullicio de gentes de un lado para otro, suenan músicas y ritmos sensuales y el ruido y los olores invaden el paisaje. Al poco nos tomamos una fría cerveza Iquiteña en la terraza del bar de Fierro, en la Plaza de Armas, sus paredes encierran historias de la selva, de truhanes, aventureros, buscadores, soñadores y malandrines. La plaza presentaba aquella tarde una alegre apariencia, alumbrada por farolas de luz tibia.

Río Amazonas. Travesía Leticia – Iquitos. Colombia/Perú. Diciembre 2010.
Faustino Rodriguez Quintanilla. © Texto y fotos.

18 Jul

EN BUSCA DE LA CIUDAD PERDIDA

¿Qué quiere usted? He crecido salvaje como las hierbas y necesito la acción, la acción continua. (Zalacaín el aventurero. Pío Baroja.)

Los textos que a continuación siguen son párrafos sacados de mi diario de viaje a la “Ciudad Perdida”. Son sólo unos mínimos apuntes de un recorrido que me cautivó como pocos…
Las imágenes… suponen la inmersión en un océano verde. Espero os guste.

ABRIR los ojos a la nueva mañana, salir de tu habitación a la luz de los trópicos, al olor a plantas dulzonas y a café recién hecho es una buena forma de entrar en ambiente. Hemos quedado con el sr. Jairo, uno de los primeros guías de Ciudad Perdida. – en 1997 tuve que suspender mis actividades, nos dice, por problemas con la guerilla y con los paramilitares, pero la situación ha cambiado, la zona ahora está tranquila y la gente que antes se dedicaba a la extorsión ahora se dedica al turismo”.

EN BUSCA DE LA CIUDAD PERDIDA_7

POCAS COSAS resultan más emocionantes que partir al descubrimiento de una antigua ciudad abandonada y si ese lugar está envuelto en brumas y lluvias casi permanentes, a la vez que es necesario atravesar innumerables ríos y selvas hasta llegar, entonces, la aventura está garantizada y comprenderemos por qué la “Ciudad Perdida” ha hecho honor a su calificativo durante cuatro siglos”.

TEYUNA, como se le conoce en la lengua indígena, fue construida por los Tayronas en las laderas de la Sierra Nevada de Santa Marta. Actualmente constituye una de las ciudades precolombinas más grandes descubiertas en América”.

Teyuna. La ciudad perdida

UN VIEJO JEEP llamado “el torito” bramaba ascendiendo las embarradas pistas que nos iban a acercar a las inmediaciones del villorrio conocido con el nombre de “Machete Pelao”, en la entrada al Parque Nacional Tayrona. Nuestra expedición a pie iba a comenzar aquí. En un chamizo tomamos un refrigerio antes de comenzar la marcha al tiempo que el guía me comentó; un momento, cuñao, voy a recoger a mi novia. La “novia” del guía resultó ser una daga de más de medio metro de cuchilla. Días más tarde tuvimos que emplear a fondo a la “novia” para abrirnos paso en muchas zonas del camino”.

LA HUMEDAD ambiental es tremenda y el aire vuela denso y cargado de olores a tierra, a yerba fresca y a excrementos de numerosos animales que no vemos, pero que sabemos que están. Llueve a ratos y el camino se va enlodazando por momentos”.

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A LO LEJOS divisamos el mar, hacia el norte, el ¡mar Caribe!. Es increíble esta cordillera, una montaña salvaje y tropical, a escasos kilómetros del océano. Se trata de la montaña más alta del mundo existente a orillas del mar. En su interior se encuentran desde los ecosistemas marinos hasta el clima polar. Desde los cero a los 5.775 metros del Cerro Colón”.

CON MIS ROPAS bien secas, bien comido y bebido me voy al chinchorro, donde caigo como un saco. Mañana saldremos temprano, a la seis de la mañana. Mientras, la tormenta ruge con fuerza y el agua cae generosa sobre la selva oscura y misteriosa”.

HIJO DE COLONOS, Misabel, nuestro Guía, tiene 21 años y parece un buen chico. Conoció la sierra en los años revueltos. Cuando los paramilitares, los narcos y los guerrilleros de las FARC se calentaban por estos caminos. – Mi tío, me dice, muchos jefes paramilitares están ahora en los Estados Unidos”.

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SOBRESALEN árboles gigantes como el Mestre y el Caracolí o la descomunal Ceiba de Leche. Las Palmas de cera, los helechos arborescentes, los bosquetes de Tagua, de troncos parecidos a un bambú gigante. Las hermosas Bromelias cuelgan de árboles musculosos y en medio del océano verde una orquídea llama poderosamente la atención en forma de sugestivos colores”.

LA VEGETACIÓN apenas nos deja ver unos metros por delante, cuando de algún lugar surgen unas poderosas voces: – ¡no se me rindan! Frente a nosotros y sin darnos cuenta nos topamos con un campamento militar. Jóvenes ataviados con fusiles y ametralladoras montan guardia en un paso estratégico. La imagen me recuerda esas películas de guerrillas en la selva… Afortunadamente esto ahora está en paz. No quiero ni pensar cómo puede ser una guerra en estos parajes. Los militares nos preguntan si somos del Real Madrid o del Barcelona”.

EN BUSCA DE LA CIUDAD PERDIDA

POR FIN, el tercer día divisamos muy abajo el cauce del río Buritaca y el grandioso valle que nos tiene que llevar corriente arriba hasta nuestro objetivo. El camino se hace más agreste y complicado si cabe. Las mulas ya no nos acompañan y a partir de aquí llevaremos todo nuestro equipo a cuestas. El río baja con fuerza y con mucho caudal por lo que prestamos la máxima atención en su vadeo. Después avanzamos entre rocas, lianas, raíces gigantes, yerbas y piedras tamizadas de musgo de mil tonalidades verdes…, de la selva, de la tupida selva negra surge misteriosa una gran escalinata compuesta por grandes piedras talladas y bien alineadas. El corazón me late con fuerza y no puedo dejar de emocionarme, estamos en el inicio del ancestral acceso a la “Ciudad Perdida”.

EN BUSCA DE LA CIUDAD PERDIDA

Sierra Nevada de Santa Marta. Colombia. Octubre de 2010.
Faustino Rodriguez Quintanilla © Texto y fotos.

9 Jul

BEREBERES

Lalla Fatma, la enjuta, menuda, risueña y enérgica mamá de Ibrahim, me acaba de servir el desayuno; aceite de oliva, mantequilla, aceitunas negras y una humeante hogaza de pan recién sacada del horno de barro. Sorbo con ganas el café caliente y compruebo que tiene un sabor ligeramente picante. Ibrahim ha notado algún gesto, casi involuntario, en mis facciones y me pregunta, – ¿te pasa algo Faustino? , – No, no me pasa nada, está mañana parece que hace mucho frío, -le comento. No quiero por nada del mundo que Ibrahim pueda pensar que algo no me gusta y con ello faltar a la tremenda hospitalidad con la que durante estos días de “aislamiento” me está agasajando la familia y en particular a las amables atenciones de su madre. – Probablemente, mi madre, ha vuelto a echar pimienta al café, -me dijo con tono casi preocupado, el bueno de Ibrahim. Para Lalla, hervir algunas pimientas con el café era una forma, según me dijo después Ibrahim, de mejorar el sabor de su café y así atender mejor, según su criterio, los gustos de este occidental acomodado.

Aquella primavera de finales de los ochenta estaba siendo muy fría en las montañas del Atlas y por la ventana veía como la nieve caía plácidamente sobre esta perdida aldea, endulzando el paisaje y vaticinando un verano con abundante agua y buenas cosechas. Yo llevaba varios días varado en la aldea, y aún me quedaban algunos más, a la espera de que la ruta de los puertos se despejara y poder proseguir mi camino.

BEREBERES

 

Desde entonces y a lo largo de cientos de correrías por las montañas de Marruecos he comprobado la hospitalidad del pueblo bereber. He compartido casa, jaima, pan y plato con gentes a las que nunca estaré suficientemente agradecido. Guías, arrieros, porteadores, camioneros, pastores, agricultores, cocineros de trek…

Sirvan estas palabras para un modesto homenaje a ese pueblo ancestral, los Bereberes, los Imazighen, las “gentes libres” del norte de África.
Faustino Rodríguez Quintanilla © Texto y fotos.