Ibrahim vive con su familia en la Kasbah de Tinsouline, en el valle del Draá, en el profundo sur de Marruecos. El río Draá nace en las montañas del Atlas y se dirige hacia el sur en un viaje suicida pues viene a morir en los arenales sedientos de la Hammada de Guir. Antes, en su camino hacia el sur, forma uno de los mayores oasis del Sahara. Cientos de miles de palmeras forman una gran alfombra verde sobre las tierras calcinadas. A la sombra del palmeral crecen árboles frutales, higueras, tamarindos, naranjos, limoneros, huertos con acequias que riegan trigales, cebada, hortalizas…, formando un pequeño paraíso donde es posible la vida.
Este valle ha sido históricamente un «pasillo» para las caravanas que unían el norte de África y las dos orillas del Mediterráneo con África Negra, con las tierras del Sahel y los pueblos de la «curva del Níger» uniendo desde tiempos remotos ciudades como Granada, Córdoba, Fez o Marrakech con la mítica Tombuctú, en Mali.
A lo largo de este valle se erigen grandes y hermosas construcciones fieles testigos de otras épocas. «Ksars» y «Kasbash», castillos y poblados amurallados. Estas edificaciones están construidas con la técnica llamada de la «piedra seca», con murallas de adobe y barro rojo y dependiendo de la tribu y reyezuelo o jeque que las habitaban se adornaban con más o menos filigranas decorativas y objetos suntuosos. Aquí, en los frescos patios descansaban las caravanas, se proveían para seguir la ruta y se intercambiaban productos. También, en tiempos de guerra, eran lugares de atrincheramiento y depósitos del preciado grano y alimentos. Estas Kasbash son un Patrimonio único y excepcional. Algunas están siendo milagrosamente restauradas y otras muchas, ya abandonadas están condenadas a desaparecer. Atravesar por las grandes puertas de madera y penetrar en su interior es una experiencia sublime. Numerosos y oscuros pasillos conectan diferentes dependencias alrededor de un patio donde la luz entra tamizada y suave. Los grandes muros y la oscuridad sirven para protegerse de los feroces rayos de sol y guardan el frescor del invierno y de la noche. De los torreones salen vencejos y golondrinas que allí pasan temporadas y el humo de las cocinas, de las brasas o del hamman forma una atmósfera irreal y relajante.
Ibrahim vive con su familia en la Kasbah de Tinsouline y forma parte de las grandes familias que aún viven en estos edificios. Ellos son protagonistas de un mundo que se va, como Ibrahim, uno de los pocos moritos que viste la «Chilaba», la tradicional, elegante y respetable prenda común del norte de África. Una vestimenta que está lejos de las muy a menudo mugrientas ropas pseudo occidentales y de dudoso gusto con las que se visten la mayoría de sus vecinos, una forma más de esa extraña «globalización» a la que el mundo está sometido.
Valle del Draá 2006. Marruecos
Faustino Rodriguez Quintanilla (C) Texto y foto.