Siempre me han llamado la atención las puertas de algunas de las casas de las villas y pueblos del Atlas. Son cientos las duares y aldeas que se reparten por la cordillera Atlante. Pueblecillos y villorrios pegados al terruño, algunos de ellos muy pequeños, apenas cuatro casas pertenecientes a varias familias. Otros, de mayor tamaño presididos por la torre de la mezquita o por el Ksar medieval, castillo de reminiscencias feudales que tenían como función defender el territorio y servir de almacenamiento del preciado grano en épocas convulsas. Al mismo tiempo, siempre, también me llamó poderosamente la atención la extraordinaria austeridad de estos pueblos y de sus casas. Apenas una mínima concesión al refinamiento, las casas, extremadamente austeras, tanto en el exterior como en el interior, con muy pocas concesiones incluso a un mínimo confort. Las construcciones de adobe son por lo general de una o a lo sumo dos plantas. Algunas, las más grandes, disponen sus habitaciones alrededor de un pequeño patio que sirve para el trasiego de personas y animales, secar la cosecha o sentarse al sol. Las habitaciones, con pocas ventanas y oscuras por lo general son sumamente espartanas. Una cocina, general mente con un horno situado en el mismo suelo, sin poyetes y en los últimos años alguna bombona de gas butano. Algunos utensilios para cocinar, la consabida tetera, una olla para el cuscus y una bandeja redonda para servir, poco más. Junto a la cocina, algún cuarto con alfombras en el suelo hace de dormitorio, a veces de la pared cuelga una foto con la imagen de “La Meca” y en ocasiones algún calendario con la foto de un paisaje “alpino”. A su lado una sala un poco más amplia, también con el suelo cubierto por alfombras y en algunos casos con divanes o cojines que se disponen alrededor. Lugar que sirve de sala de estar e incluso también dormitorio y en muchos casos como habitación de “invitados” cuando llega gente como yo.
Por ello, por la escasa concesión al refinamiento que la mayoría de los bereberes han dado tradicionalmente a sus moradas, siempre me llamaron la atención muchas de las puertas de las casas; algunas por supuesto muy austeras, como podéis ver en las fotos, pero otras, fabricadas tanto en materiales como madera o en otros metálicos y más modernos, las han decorado poniendo un poco de color al ocre de la villas. Aquí tenéis una pequeña selección de fotos que he venido realizando en mi deambular a pie por estos pueblos, acogedores por lo general e íntimamente unidos a mi existencia.
Faustino Rodríguez Quintanilla © Texto y fotos.
Archivo de junio de 2014
PUERTAS DEL ATLAS
LA BÚSQUEDA DE LA BELLEZA…
Hace unos días una amiga me recordaba en su muro de facebook unas hermosas palabras de Ramon Trecet: «La búsqueda de la belleza es lo único que merece la pena en este asqueroso mundo». Así comenzaba este periodista de su programa en «Diálogos 3». Piensen hermoso, yo lo intento y lo busco. Aquí tenéis algunas mis fotos, siquiera espero que un leve bálsamo en unos días de pesadez nacional…
La granja de “Piraricús”. Locos y soñadores en el Amazonas.
Navegamos río de arriba de la cabaña Sacambú. La selva, siempre la selva. Largas orillas vestidas de verde bajo un cielo cambiante y poderosamente hermoso. Grandes nubes algodonosas que escalan hacia el azul. Algo te dice en tu interior que detrás de aquélla curva del río va a aparecer algo diferente, una ciudad, un pueblo, quizás un puertecillo…, pero llegamos y aparece a lo lejos otra curva más, selva y más selva, árboles musculosos y gigantes como titanes, lagunas escondidas y una maraña que parece querer engullirte. Joel, nuestro guía, nos lleva hoy a conocer una curiosa experiencia. Un tipo peruano lleva más de 20 años establecido en este lugar perdido y desde hace seis está trabajando en la cría en cautividad del Piraricú. Se trata de uno de los peces con escamas más grandes del mundo. Habita en los ríos tropicales y amazónicos de Colombia, Brasil y Perú, en donde se han llegado a encontrar ejemplares de hasta 12 metros de longitud. Su valiosa y sabrosa carne, su cabeza, escamas y piel son altamente demandadas por lo que el Piraricú está en grave peligro de extinción. Pues bien, nuestro hombre ha ideado una especie de “vivero” para poner en práctica su proyecto de cría y reproducción. Pero, como hemos dicho, el Piraricú no es una trucha o una lubina. Aunque ahora no es fácil encontrar ejemplares de 12 metros, sí se pescan animales entre los 2 y los 5 metros. –“Esta es una labor dura y de paciencia”, nos dice Arturo. –“Llevo 6 años invirtiendo en personal, mallas, comida. Con un poco de suerte el año que viene pondrán los primeros huevos, a razón de unas dos mil unidades. Los alevines que prosperen los podré vender en el Perú al mercado japonés, a razón de 20 $ el ejemplar. De esta forma estoy colaborando con la madre naturaleza y al tiempo sacaré mis ganancias”. Por 15.000 pesos colombianos, Arturo nos enseñó la “piscina” donde chapoteaban algunos ejemplares. Un joven se lanzó sin miramientos para intentar enseñarnos un ejemplar que se retorcía con fuerza, luciendo sus más de 25 kg. El Piraricú, puede estar hasta una hora fuera del agua ya que está provisto de un pulmón y parece más bien un animal prehistórico. –“Esta es mi vida señores, gracias a Dios ustedes son españoles y el Altísimo nos ha dado una lengua para que podamos comunicarnos ampliamente”. Arturo luce una cruz de madera en el pecho, una modesta cruz de madera negra. -¿qué edad tienes Arturo? – le pregunto. – “53 años señor, ya soy mayor”. Pero, pareces mucho más joven, – le comento. –“Es el fruto de una vida ordenada y sin alcohol, sin juergas y sólo de trabajo. Tengo 9 hijos y 22 nietos. Mis hijos se llaman Jacob, Josué, Abraham, Noé, David, Jericó, Josue, Aaron y la pequeña Delfina”; “¿no escuchan ustedes una cadena de radio norteamericana en la EJK 240?. –Pues no señor, le comento. –“Pues deben escucharla, es muy interesante lo que dicen”. –Y, qué dicen, Arturo. Volví a preguntar. “El señor Jonson Walter, habla bien, muy en serio y con muchos argumentos. Y está diciendo que el próximo 21 de mayo de 2011 será la fecha de la conversión final de los últimos cristianos y el 21 de octubre el mundo arderá y todo se acabará”. – Y, de qué forma dice el señor Jonson que se va a acabar el mundo, le pregunté, intentando ser lo más respetuoso que podía. –Señor Faustino, me comentó con tono solemne; -“todo arderá de súbito, puramente de súbito todo saldrá ardiendo”. – ¿Qué le parece, señor Arturo, si va soltando sus Piraricús?, -le comenté ante la mirada socarrona de Joel. Al poco, nos despedimos de Arturo y de sus retahílas. –“La política lo vuelve loco, me dijo Joel al marcharnos, pura política, señor Faustino, y la selva lo embolaca”. Dejamos la granja de Arturo y sus “piscinas” de Piraricús. A un lado una mínima iglesia se levantaba en trocito de terreno ganado a la selva. Volvimos a nuestro río y el sol del medio día si parecía realmente fuego sobre la jungla musculosa. La selva, siempre la selva, permanecía igual, acogiendo desde siempre a todo tipo de personajes, aventureros y estraperlistas, narcos, guerrilleros, locos y soñadores, turistas y clérigos majaretas. La tarde caía plácidamente cuando arribamos de nuevo a la cabaña Sacambú, mientras el cielo estallaba en mil colores.
Amazonas. Territorio de la Triple Frontera: Colombia, Brasil y Perú. Noviembre 2010.
Texto y fotos: © Faustino Rodriguez Quintanilla.