Entradas con la etiqueta ‘senderismo’

17 Jun

DEL RIF AL MEDITERRANEO. De los cedros al Parque Nacional Alhucemas.

Acabamos de regresar de un nuevo periplo por Marruecos. Esta vez con nuestros amigos del GRUPO DE MONTAÑA AZIMUT, de Granada.

Un recorrido en el que hemos recorrido los bosques de cedros de Ketama, ascendido a la máxima altura del Rif: el Djebel Tidighine para después “explorar” el recién creado Parque Nacional de Alhucemas, la costa Mediterránea en todo su esplendor, acantilados, senderos sobre el mar, calas perdidas, vegetación relicta, pequeñas cábilas y douares junto al encanto de la villa de Alhucemas, pura esencia mediterránea…

(Fotos: Faustino Rodriguez)

 

27 May

EL VALLE DE THETHIS. Historias de la Albania profunda.

DIAS Y VIAJES…Abrimos una pequeña sección en donde vamos a contar nuestras “historias de andar y ver”, de “días y de viajes”. Pequeños relatos recogidos en nuestros Diarios de Viaje…, en nuestros viajes “de exploración” para la programación de ALVENTUS.

Ponemos rumbo a Theth, el escondido y remoto valle de Theth. Salimos de Shkodar por la carretera que se dirige a Montenegro. A la altura de Kkoplic nos desviamos por “intuición” ya que no encontramos señales hacia las montañas ni hacia la aldea a donde tenemos que llegar, la pequeña población de Boga. El paisaje es muy hermoso, campos de labor y pastizales, rodeados de sotobosque. El horizonte nos lo cierra un colosal farallón de montañas grises y verdes. Se trata de las montañas de Thetis, un ramal de la cordillera de los Balcanes. Apenas encontramos tráfico, pasamos por varias aldeas y por pequeños y solitarios cementerios cristianos, de seguro que en esta zona ahora hay más muertos que vivos. Por fin llegamos a Boga. Aquí termina la carretera asfaltada y comienza la pista de tierra que se dirige al valle de Thetis recorriendo 30 sinuosos kilómetros, atravesando el “Cafa e Terthores”, el “Paso Diagonal”,  puerto situado a 1.630 metros, para bajar al universo de Thetis. La autora Edith Durham visitó la zona en 1908 y escribía: “la vida en Thetis era fascinante, me olvidé del resto del mundo y… no se me ocurría ninguna razón para volver jamás”. Hoy no ha cambiado mucho, algunas casas están preparadas para recibir a viajeros y excursionistas y tienen duchas e inodoros al estilo occidental, hay un pequeñito café y una tiendecilla…y poco más. Esta parte de las montañas de Albania es católica mientras que al otro lado, en Tropoja, son musulmanes. La región es tan remota que los otomanos no se molestaron en llegar hasta aquí, por lo que los habitantes de Thetis no tuvieron que someterse al Islam. Aquí, los Balcanes se nos muestran en todo su esplendor. Es fácil comprender ahora el llamado “laberinto de los Balcanes”. Un laberinto que ha propiciado años de aislamiento, de enfrentamientos y de guerras entre pequeñas repúblicas aisladas en mínimas partes de territorio pero de muy complicado acceso, que ni el Imperio Austro Húngaro ni el Otomano fueron capaces de doblegar. Un conflicto que dura hasta nuestros días.

Nosotros, en nuestra “exploración” particular, hemos decidido llegar caminando a Tethis. Vamos disfrutando del valle en ligera subida, todo está verde y hermoso, aunque hace calor. Unos paisanos sonrientes que están sembrando papas nos saludan. -¿A dónde van?, nos preguntan chapurreando el italiano. – A Thetis, les decimos. –Pero, ¿Por qué caminan? – pasarán furgonetas, -¿Cuándo?, -preguntamos. –Quizás en una hora, o en dos…, o tal vez mañana.

La tarde está espléndida y disfrutamos, después de varias horas de caminata, bajo las sombras de las hayas cuando avistamos las primeras casas del “valle feliz”. En una de ella nos ofrecen café, el tradicional “café turco”, espeso y áspero. De un pequeño transistor surgen finas melodías orientales, la tradicional música albanesa; ritmos que nos transportan a mundos lejanos. Entonces, aquí, en este rincón perdido, de repente te sientes a gusto y te es difícil pensar que estás sobre un trozo de territorio en la vieja piel de Europa.

Faustino Rodriguez Quintanilla

(Texto y fotos)

26 Feb

DJBEL AZOURKI

Un mirador sobre el Ait Bouguemez

Algunos le llaman el “Valle Feliz” y de seguro que James Hilton podría haber situado el escenario de su novela entre estas montañas en lugar del Himalaya, aquélla famosa obra que nos relatara la vida en el valle de Shangri La. Ait Bouguemez es el corazón del mundo bereber, un amplio valle aislado y encerrado bajo las montañas del Alto Atlas Central y a donde sólo se puede llegar a través de altos pasos de montaña. Hasta hace poco tiempo, apenas unos años, no tenían electricidad y las pistas y caminos de acceso eran muy limitados y de complicado paso. Numerosos pueblos jalonan este gran valle en donde predominan algunos torreones llamados Tighrent, pequeños castillos medievales en donde las tribus guardaban el grano y objetos preciados en tiempos convulsos. Este secular aislamiento ha propiciado que muchos pueblos mantengan su arquitectura popular íntegra y aún sus usos y costumbres, algo que esperamos conserven como auténticas señas de identidad, patrimonio cultural para poner en valor ante el auge del turismo que se avecina con la llegada del asfalto y de la electricidad.

Esta vez nos habíamos juntado una buena tropa, ocho amigos cansados de escuchar la palabra “crisis” y del pesimismo que se enarbola casi a diario en los medios de comunicación españoles… . Así que nos habíamos conseguido escapar por unos días en un gélido mes de Febrero. Pronto estábamos atravesando el Estrecho, disfrutando con el pescado de nuestro amigo Chez Zarkaoui de Asilah y rodando hacia el sur.  Al día siguiente, después de atravesar las llanuras cerealistas de Oued Zem y los huertos de Beni Mellal estábamos ascendiendo hacia Azilal y Ait Mehamed y ya de noche franqueábamos los altos puertos nevados del Tissi N´Tisiili, a casi 2.400 metros. A partir de aquí comenzamos una larga bajada a través de la noche oscura hacia la cabecera de nuestro valle. Tras algún despiste unas lucecitas lejanas y muy abajo nos indicaron la presencia de algunas primeras villas, de seguro que una de ellas era Ait Oumzli, en donde teníamos que encontrar nuestro alojamiento.

Pronto estábamos disfrutando de una excelente cena con harira, tajine de cordero, naranjas con canela y nuestro preciado vino y por supuesto las atenciones de Said, que iba a ser nuestro Guía en esta ocasión.

Hacia el lago de Izourar

La mañana amanece radiante, los tejados de las casas desprenden calor después de la helada y los rayos de sol comienzan a acariciar tímidamente los cultivos del valle. Un buen desayuno, hogaza de pan tradicional, aceite de oliva virgen, M´smen, el tradicional y exquisito “crepe”, un poco de tortilla, mermelada, té, café…qué más se puede pedir!!. Y estamos ya deseando salir al monte. Las mulas ya están cargadas y nuestra comitiva lista para partir, llega Mustafa a despedir a su padre Said, se trata de uno de sus pequeños, tiene 9!!. Pronto comenzamos la subida que en poco tiempo se empina considerablemente, Ait Oumzli, es el último pueblo del valle por el este y está situado al pie mismo del macizo del Azourki y del Djebel Ouaougoulzate. Como siempre se trata de un buen camino atlante y cómo tal sube sabiamente, dando grandes lazadas. Frente a nosotros vemos la amplia cara sur del Azourki, con la nieve muy alta. En el Atlas las diferencias de nieve entre el sur y el norte son tremendas y así, por el contrario y, frente al Azourki, vemos la cara norte del Ouaougoulzate totalmente reluciente de nieve.  Vamos ascendiendo a buen ritmo mientras veo como el “valle feliz” de Bouguemez va quedando atrás, un rosario de pequeños pueblos se apiñan en las laderas dejando la tierra fértil a los feraces huertos. Algunos almendros en flor ponen una nota de color en el paisaje y anuncian la primavera que se acerca. Al fondo, cerrando el paisaje veo el macizo del Djebel Ghat flotando entre la bruma. Las mulas nos alcanzan y van dando lazadas en busca de las alturas. Alcanzamos unos altos donde nos reciben una sabinas gigantes, centenarias, auténticos vigías de la historia de estos caminos. Una niñas bajan sonriendo y cantando, me dan la bienvenida y bromean con mi presencia, nada parece afectarles pese a que sus cuerpecitos se tuercen ante la tremenda carga que llevan. Tras un último repecho alcanzamos un altiplano donde ya encontramos bastante nieve. El paisaje es sensacional, encontramos el lago de Izourar y acaso comentamos que nos parece más una imagen de las grandes mesetas tibetanas, un lugar salvaje, muy hermoso. El tiempo está muy bueno, cielo azul, no hace frío y corre una ligera brisa que casi nos acaricia. Montamos el campamento al lado de lo que pretendió ser un refugio, a 2.540 metros. Construido en 1990 hoy presenta un estado lamentable si bien un pequeño porche nos vino muy bien para montar nuestra cocina. Nos vamos a dar un paseo, un grupo opta por dar la vuelta al lago y el otro por buscar las alturas del Ouaougoulzate. Nos encontramos en el típico “plateau” del Alto Atlas, rodado de montañas y con una salida hacia el valle en forma de inicio de garganta. En unos pocos meses estas alturas tendrán la visita  de los pastores y sus rebaños para disfrutar de los frescos pastizales de final de primavera y durante el verano estas montañas se llenaran de vida. Ahora reina el silencio y la quietud. Regresamos y tomamos café, también unos “roiboos” y nos entregamos a la tarde placentera, tomando el tibio sol de invierno con la mirada perdida sobre este lago atlante. A la caída del día las últimas luces llenan las montañas de tonos rosados, púrpuras y plateados… Unas lucecitas muy lejanas, que parecen luciérnagas, nos relajan de la inquietud, se trata de las lámparas frontales de nuestros amigos que bajan de la montaña y a los que se les había pasado la hora.

Azourki, la montaña sagrada

El Azourki, con sus 3.687 metros, es una hermosa montaña solitaria, su cresta se desarrolla unos doce kilómetros y forma varias cimas. Se distingue muy bien desde la lejanía porque se eleva solitario en la parte más oriental del Alto Atlas Central, en la frontera de la media y de la alta montaña. Algunos autores han coincidido que desde lejos parece un gran volcán, de lo cual damos fe pues eso nos pareció a Franky y a mí cuando hace varios años lo descubrimos desde la cima del Djebel Ghat y convenimos en que tendríamos que ascenderlo. La cara norte presenta un aspecto suave mientras que hacia el sur la montaña está defendida por una larga sucesión de paredes verticales que llegan a alcanzar en algunos puntos los doscientos metros. El Azourki es también una montaña sagrada para los pueblos de la zona. En la fiesta del Aid el Kebir, la llamada fiesta del cordero o fiesta del sacrificio, que conmemora aquélla ocasión  en la que el profeta Abraham -Ibrahim- estando a punto de sacrificar a su hijo por sometimiento a su Señor, recibió la orden de canjearlo por un cordero que se encontraba en las inmediaciones. En esto días o en días previos se organiza un peregrinaje en esta zona, quizás una forma de peregrinación que de alguna manera recuerde el precepto musulmán de peregrinar al menos una vez en la vida a la ciudad santa de La Meca.

 

La cena, “spaguetti al nero di seppia”, nos anima y nos quita un poco el tremendo frío que comienza a adueñarse de la montaña en estos momentos.

Las alturas del Azourki

Una fuerte helada cubre la tienda cuando nos preparamos para la ascensión. Poco a poco nos vamos poniendo en marcha. Seguimos a nuestro guía Said y nos dirigimos a la base sur de la montaña, los más de mil metros de desnivel lo vamos a encarar de inmediato, Said nos dibuja la ruta que discurre por la cara sur a través de fuertes pendientes y sorteando los torreones rocosos. Atravesamos el valle hacia un refugio de pastores situado en la misma base, en lo que en verano serán preciosos y verdes pastizales pero que ahora están cuajados de nieve. Pronto estamos subiendo y subiendo, vamos ganando altura dirigiéndonos hacia la punta más occidental de la montaña por donde ganaremos la arista somital rodeando los farallones rocosos. El día está estupendo, apenas hace viento, cielo azul cobalto. El lago de Izourar, de color chocolate, resalta entre el “merengue” en forma nieve que lo rodea y lo vemos ya muy abajo y frente a nosotros, desafiantes, la laderas relucientemente blancas del Djebel Oaouagoulzat forman un panorama soberbio. Descansamos, tomamos aliento y picamos algo, el esfuerzo está siendo considerable. Por fin, después de unas tres horas de dura ascensión alcanzamos la arista. Descansamos al abrigo de las rocas calentitas y protegidos ahora de un ligero pero frío aire de noroeste. Nos hidratamos bien y continuamos. La arista somital del Azourki festoneada de nieve nos parece mágica. Subimos ahora por la pendiente nevada dejando a nuestra derecha los abismos de la cara sur, se nota un poco la altura cuando alcanzamos la cima central de la montaña. Nos felicitamos, estamos contentos. El panorama es soberbio sobre las laderas nevadas que miran al norte. Hacia Ait Bouguemez todo un oleaje de montañas que culmina en el Djebel Ghat y hacia el sur el Mgoun, el “cuatro mil” del Atlas Central. ¡Cuántas montañas atlantes unidas a nuestra historia!. Hacia Bouguemez las brumas hacen que las montañas parezcan flotar mientras que el cielo adquiere tonalidades celestes y azules formando unos colores sublimes sobre lontananza, colores que inspiran beatitud ante nuestros ojos. ¡Joder!, cómo cuesta bajar de las alturas… pero hay que bajar, nos quedan 1.600 metros de descenso hasta nuestra Gite. Nos reencontramos con Said que nos espera al comienzo de la arista y bajamos casi derrapando por las pedreras. Llegamos al valle amable, las luces cálidas del atardecer destacan los cultivos en terrazas resaltando los suaves tonos verdes que indican  que la cosecha será buena este año. Qué gusto llegar al confort de la Gite cuando la noche fría se cierne sobre estos parajes ancestrales del Ait Bouguemez. Un montón de papas fritas, verduras y tajine de pollo son el premio a nuestro esfuerzo, eso, la amabilidad de nuestros anfitriones y las risas de nuestros amigos, ¡qué más se puede pedir!

TEXTO Y FOTOS

FAUSTINO M. RODROGUEZ QUINTANILLA