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10 Oct

TEPUYES DE VENEZUELA

VIAJE A LA EDAD DE PIEDRA.

“A decir verdad y pensándolo bien, su destino no era en realidad la Guayana venezolana, su auténtico destino era el país de las fantasías y de los sueños: ese lejano e inconcreto país al que todo ser humano aspira a llegar algún día.” Alberto Vázquez Figueroa. “ICARO”

TEPUYES DE VENEZUELA

Los Tepuyes, “Cerro” en el idioma pemón, son montañas muy antiguas y a la vez raras en su género. Muchos Tepuyes, como el Roraima, son formaciones que se encontraban unidas cuando África y Suramérica formaban juntas un solo continente llamado Gondwana. Hacia allí nos fuimos. El aire vuela templado y el sol pega recio cuando comenzamos nuestra caminata. Vamos atravesando terreno de sabana, un bucólico paisaje de yerbas altas salpicado de bosquetes selváticos. Como telón de fondo tenemos los impresionantes Tepuyes Kukenan y Roraima, que se alzan enigmáticos sobre las selvas. Varios días de marcha nos van a hacer falta para ascender la cima de esta montaña soñada, el Roraima. Los textos que siguen están sacados de mi diario de viaje y pertenecen a la fase final de aquella aventura.

TEPUYES DE VENEZUELA

“Llegamos al lugar conocido como “Paso de las lágrimas”, hasta aquí y desde la colosal altura del Tepuy se descuelga un impresionante salto de agua. Arrullados por el rumor de la cascada descansamos un buen rato. Al poco llega Roberto. Roberto es una de las pocas personas que aún siendo porteador no es un indio Pemón. Roberto tiene siempre colgada una sonrisa en su cara y habla mucho con nosotros. Tiene una amplia cultura, un excelente dominio del castellano y un hablar melodioso, se podría decir, que como muchos venezolanos, “hablaba bonito”. Roberto es la primera vez que trabaja como porteador y ayer estaba casi derrotado, con calambres en las piernas. -¿Qué tal Robert, cómo vas hoy? –Mejor, compadre! ahora el que va mal es el “indiecito”, viene más abajo y hoy el “indiecito” viene “mamado”.- me dice, dibujando una amplia cara de satisfacción.

Tras el “Paso de las lágrimas” comenzamos a escalar directamente la llamada “Rampa”. Por fin, alcanzamos la cima del Tepuy. El paisaje que se abre ante nosotros es sumamente raro, misterioso, extraño. Una amplia meseta, una plataforma de 30 km2, levita sobre selvas y sabanas defendida por todos lados por tajos verticales de más de mil metros!! Vamos descubriendo pequeños ríos, laguitos, rocas de mil formas, curiosas plantas, piedras preciosas, laberintos pétreos en donde es fácil perderse. Se tiene la sensación de estar en otro Planeta y en cierto modo casi es así. El Tepuy es una “isla” que emerge sobre mares de sabana y jungla virgen interminables. Estos territorios fueron siempre poco explorados lo que llevó a que estuvieran rodeados de una aureola de misterios y enigmas. Escritores como A. Conan Doyle fantasearon con estos paisajes y, en concreto, llevó a éste a escribir su “best seller”: “El Mundo Perdido”.

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Casi sin darnos cuenta hemos llegado a lo que los nativos llaman “el hotel”. El “hotel” no es otra cosa que una cavidad en forma de abrigo en donde instalamos nuestro campamento, un lugar a salvo de los feroces vientos y constantes aguaceros que de cuando en cuando barren la cima de nuestra montaña.

La mañana siguiente la empleamos en explorar los alrededores llegando a uno de los extremos del Tepuy Roraima. Las nubes juegan con las montañas y muy abajo, a más de mil metros de caída vertical, se abren las profundas y misteriosas junglas de la Guayana, cientos de kilómetros cuadrados de vacío absoluto; no hay carreteras, no hay caminos, sólo ríos y un mundo de perfidia vegetal. Al otro lado, Brasil y más selvas. Pero, ¡qué mundos más diferentes!, éste de la cima del Tepuy y el otro a más de mil metros más abajo, un universo de aguas musculosas, árboles gigantes como titanes, lagos furtivos, ciénagas pantanosas, jaguares y anacondas admirables, selvas y más selvas que guardan criaturas extraordinarias y demonios travestidos de insectos.

Absorto en mis pensamientos no me he dado cuenta de que Rogelio, nuestro Guía, ha sacado un termo de café. Disfrutar aquí de un rico café de Venezuela no tiene precio. Al poco seguimos nuestro deambular, vamos descubriendo arroyos que vierten sus aguas sobre los abismos, pequeños lagos sobre plataformas de cuarzo que parecen diamantes, mínimas plantas que al juntarse sobre las rocas te dan la sensación de moverte sobre un “jardín zen”.

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No dejo de estremecerme cuando recuerdo que el nombre de Roraima significa en Pemón “el lugar Padre de todas las aguas” y que ríos que nacen en esta meseta negra van a parar a los grandes ríos Orinoco y Amazonas. Almorzamos arroz con chorizo brasilero y vegetales y el resto de la tarde nos tumbamos como lagartos aprovechando las piedras calentitas. A la vez, el tibio sol me aletarga y embriaga y de pronto tengo la sensación de estar sobre la cubierta de un gran barco a la deriva, una deriva mágica y errante sobre selvas y sabanas.

Tras la noche, dos cafés me devuelven a la vida y al poco emprendemos la bajada, una bajada rápida por la “Rampa”. Voy dejando atrás el mundo del Tepuy, sus extrañas y convulsas piedras, sus preciosas y enigmáticas plantas, sus brillantes minerales, sus pequeños ríos y lagos, sus “jardines zen”, sus nubes y sus vientos…, voy dejando atrás, quizás para siempre, un mundo hecho de roca y silencio”.

Tepuy Roraima. Departamento de Santa Elena de Guayren. Venezuela. Octubre 2007.
Faustino Rodríguez Quintanilla © Texto y fotos.